Como consecuencia del encuentro entre la Conferencia Episcopal y el presidente inconstitucional Daniel Ortega, existe la posibilidad de que se convoque a un diálogo nacional. Al menos esta fue la propuesta que presentaron los obispos. Está por verse si Ortega, que no es propenso al diálogo, la acoge.
Sin duda, si se quiere dar un nuevo rumbo al país “en busca de nuevos horizontes”, es necesario organizar un diálogo nacional, con la participación de todos los sectores de la nación, para construir una sociedad mejor, fundada en el Estado de Derecho, la legalidad y la solidez institucional, tal como lo propuso la Conferencia Episcopal.
Para el éxito de un posible diálogo nacional, conviene recordar la experiencia del que tuvo lugar en 1997. En primer lugar, un diálogo nacional tiene que ser incluyente, en el sentido de que incorpore a los sectores sociales, empresariales y políticos más representativos del país, a fin de generar consensos nacionales. En el diálogo nacional, que tuvo lugar entre julio y octubre de 1997, participaron más de cien representantes de sesenta organismos de la sociedad civil, de las cámaras empresariales, de las centrales sindicales, de los partidos políticos, los movimientos juveniles, las iglesias y representantes del Gobierno. El diálogo aprobó 112 acuerdos en diez semanas de trabajo, adoptados todos por unanimidad o por consenso. El diálogo de 1997 funcionó sobre la base de dos grandes grupos de discusión: el encargado de los temas institucionales y políticos y el responsable de los temas económicos y sociales.
El diálogo nacional de 1997 fue organizado por Ética y Transparencia, a solicitud del entonces presidente Arnoldo Alemán, quien más tarde se encargaría de echar a perder todo el esfuerzo, al pactar con el FSLN el texto de una Ley de la Propiedad muy diferente de la consensuada en el diálogo nacional. Esto ocurrió no obstante que el propio presidente Alemán y todos los organismos y entidades participantes se habían comprometido a reconocer el carácter vinculante de los acuerdos.
Con esta experiencia, creemos que la propuesta de diálogo nacional hay que asumirla con extremo cuidado, a fin de que no se transforme en un ejercicio inútil. Sería necesario definir quién va a convocar el diálogo nacional. En principio, debería ser el Gobierno, pero el diálogo no lo debe organizar el Gobierno sino delegar su organización en alguna entidad que goce de la confianza de todos los sectores. Esta entidad tendría que definir la metodología, la agenda, objetivos y plazos, en consulta con los convocados. También esta entidad prepararía el proyecto de reglamento interno del diálogo.
El diálogo nacional supone que los participantes, de previo, decidan adoptar una serie de principios, entre ellos, los siguientes: a) el compromiso solemne de todos los actores del diálogo de cumplir cabalmente los acuerdos que se aprueben en el diálogo; b) la transparencia en todas las fases del mismo y la participación equitativa en el debate; c) el compromiso de asumir el diálogo y sus acuerdos como algo propio, es decir, la responsabilidad compartida en el desarrollo exitoso del mismo y en el cumplimiento de sus acuerdos; y d) potestades suficientes para los representantes de los diferentes sectores, de manera que puedan suscribir los compromisos en nombre de la organización que representan.
El diálogo tendría que dejar previsto el mecanismo para el seguimiento del cumplimiento de los acuerdos, designando a los responsables de esta tarea, en la que participarían los garantes nacionales e internacionales. En las circunstancias que vive el país, los temas más importantes para los que el pueblo nicaragüense desearía ver pronto propuestas de solución son, entre otros, los referentes a la pobreza y el desempleo, la recuperación de la institucionalidad democrática; el restablecimiento del Estado de Derecho; la independencia de los poderes; la garantía de la honestidad y transparencia de los procesos electorales; la recta administración de la justicia; el alza en el costo de la canasta básica y de los combustibles. El autor es jurista y escritor.
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