Leí, casi con espanto, el artículo publicado, en LA PRENSA del 2 de los corrientes, por José Miguel Insulza, flamante secretario general de la OEA, en el que afirma que “lejanos están los tiempos en que se pensaba que la interacción entre democracia y economía de mercado reduciría las desigualdades la enorme injusticia que existe en nuestros países en la distribución de la riqueza y en el acceso a los bienes sociales daña gravemente el tejido democrático”.
El señor Insulza en su discurso comunista trata de convencernos de que el culpable es el dinero y la discriminación y no la falta de igualdad de oportunidades para todos. Aunque el ser humano es por naturaleza discriminativo, en el aspecto de que nos cuesta identificarnos con personas que son diferentes a nosotros, no es el sentido común (el menos común de los sentidos) el que nos hace relacionarnos en igualdad de condiciones con los demás, sino las leyes, el contrato social, que permite la convivencia entre seres capaces de destruirse unos a otros. Sin apego a la ley no puede haber democracia.
Creo que la mejor definición de democracia, por provenir de la institución más antigua y más extendida del mundo, es la que expresaron los obispos de la Conferencia Episcopal en su reciente Carta a Daniel Ortega y Rosario Murillo y es aquella en la que “el ejercicio del poder está sujeto a las leyes y se caracteriza por la independencia y separación de los poderes del Estado y la observancia irrestricta a la ley, sin privilegios ni excepciones” y sin la cual “no se puede asegurar una paz duradera”.
Son precisamente los “privilegios y excepciones” los que establecen las diferencias entre unos y otros, en los estados cuyos gobernantes son dueños absolutos del poder, como en Cuba, Corea del Norte y Nicaragua, entre otros, que no es casual que tengan los mayores índices de pobreza y corrupción gubernamental. La “injusticia en la distribución de la riqueza y el acceso a los bienes sociales” a la que se refiere el señor Insulza, más recordado por el adjetivo con que lo calificó Hugo Chávez, no es provocada por otra discriminación que la que establecen los gobernantes totalitarios de beneficiar solo a los de su círculo de poder a como lo hacía Somoza. Es por eso que podemos decir que el somocismo ha retornado al poder en Nicaragua y que es necesario nuevamente sacar a Somoza.
En su artículo, el señor Insulza señala que “la desigualdad es incompatible con sus ideales democráticos”. La única manera en que los comunistas consideran que puede haber igualdad es obligando a todas las personas a renunciar a su libertad de pensamiento, a su genio creativo, a su inteligencia, a su esfuerzo personal y, por qué no decirlo, a la bendición que Dios otorga a los que le aman. Para lograrlo recurren al control de todos los poderes del Estado y condenan a muerte, a la cárcel o al destierro a quienes osan proclamar su individualidad.
La verdadera igualdad sería que todos tengan la misma oportunidad de superación, pero que no todos aprovecharán, como lo demuestra la historia, y por tanto nunca podremos ser todos iguales, por eso Jesucristo dijo “a los pobres siempre los tendrán”. Esto es diferente al empobrecimiento causado por dictadores totalitarios que pretenden que todos sean pobres mientras ellos y sus círculos de poder son millonarios, como ocurre en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Una vez comprendida la ideología del señor Insulza queda claro el porqué no convoca a los cancilleres de los países miembros de la OEA ante tantas flagrantes violaciones a la Carta Interamericana en Nicaragua, Venezuela y Cuba.
Si aún le queda un poco de decencia al señor Insulza debería renunciar a los privilegios que le hacen diferente por ser secretario general de la OEA. El autor es médico.
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