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¡Que viva el Bóer… en el Maracaná!

La Copa del mundo es sorpresiva, llevo ocho años viviendo en Brasil en los cuales varias veces fui de paseo a Río y nunca me topé con un nicaragüense, ni siquiera en los puntos más turísticos como el Cristo Redentor o la playa de Copacabana, o, en las fechas más visitadas, como el Carnaval. Pero las coincidencias suceden en los momentos y lugares menos esperados.

El miércoles 25 de junio me dirigía sola a ver el juego de Ecuador vs. Francia. La emoción era enorme pues nunca pensé que vería alguno de los juegos de la Copa al vivo y mucho menos en el estadio emblemático del Brasil: el Maracaná, el cual aún no conocía. Pero, al mismo tiempo que la emoción me inundaba, sentía un poco de miedo, primero por ir sola y después por toda aquella controversia de la campaña “Não vai ter Copa” (No habrá Copa), que había tomado el Brasil durante meses antes de este evento y amenazaba con sabotearlo.

Iba con el corazón en la mano caminando para tomar el metro. Cuando llegué a la estación, no tenía la menor idea de cuál dirección tomar, también, como dije antes, nunca había ido al Maracaná. El lugar estaba lleno de policías, en ese momento no sabía si eso me aliviaba o me preocupaba, porque podrían estar ahí solo por reforzar la seguridad o porque algo malo estaba sucediendo o estaba por suceder. Gracias a Dios era solo seguridad. Me acerqué a uno de ellos quien me indicó a donde ir y me avisó que pasara directo y no por la ruleta de pasajes, pues el metro al estadio era gratis al presentar la entrada del juego. Cuando esperaba la llegada del metro le pedí a uno de los policías que me tomara una foto, en ese momento se me vino un poco de nostalgia por ir a ver el juego sola y pensé: “iA la…! Nadie para tomarme fotos, compartir y chilear durante el juego, medio aburrido”. Pero no me desanimé, porque al final estaba yendo a ver un juego de la Copa, lástima que sola. El metro paró, entré, e iba pensando en la emoción de participar del evento cuando vi a dos muchachos que estaban sentados casi a mi lado platicando, no les escuché el acento, pero percibí que hablaban español y como vestían rojo y azul, a pesar de que también son colores de Francia, supuse que eran ecuatorianos. Les pregunté si lo eran, y, en ese momento, justo cuando Río está invadido por turistas de todas las nacionalidades y miles están tomando el metro para llenar un estadio en el que caben 120 mil personas, ¡sucedió la coincidencia más improbable!: “¡No, somos nicaragüenses!”, dijeron. Yo grité: “¡Mentira!”, con extrema felicidad. Realmente no me lo podía creer. ¿Cuáles eran las chances que eso sucediera? Y ¿si hubiera entrado en la siguiente puerta, si me hubiera sentado más adelante, o ido cinco minutos más tarde? Fuimos platicando todo el camino asombrados de esta sorprendente coincidencia.

Cuando llegamos a nuestro destino, avisté el Maracaná en todo su esplendor. Maracanã significa “semejante a maraca”, en lengua indígena Tupí, y realmente lo parece. Todo el transcurso de la rampa que va de la estación al estadio hervía de turistas tratando de comprar entradas, otros vendiendo camisas, muñecos, pitos, comida y pintando caras. Mis nuevos amigos me dijeron que guardara mi boleto porque los arrebataban. En el juego pasado ellos vieron eso suceder. Hacia la mitad de la rampa habían retenes donde ya no se podía pasar, al menos que se tuviera boleto. Ahí ya caminamos más tranquilos. Cuando finalmente llegamos a la entrada de la Gran Maraca, el tamaño me deslumbró, pero al entrar a la arena, no sé por qué me pareció pequeño. Tal vez sea por la forma de embudo y la altura en que estábamos. Mas esa sensación fue breve, pues al buscar nuestros lugares, que dicho sea de paso, eran en la misma zona —lo que hacía la coincidencia más extraordinaria!—, el Maracaná se mostró inmenso nuevamente. Era un mar de gente, solo miraba cabezas y colores: azul, rojo, amarillo y blanco. Las barras estaban todas mezcladas, pero en grupos. La del Ecuador echaba sus coplas y la de Francia le respondía. Después todo el estadio hacía “olas”, que continuaron hasta que el juego comenzó. Miré a los franceses sufrir a cada intento de gol, y a los ecuatorianos celebrar cada vez que defendían, porque a pesar de saber que si empataban eran eliminados, estaban felices de irse sin llevar goles, según me dijeron los chicos ecuatorianos que estaban sentados enfrente de mí. El juego transcurrió entre coplas, alegría y “sufrimiento”, emociones fuertes para ambos lados, y los demás hispanos que estaban alrededor solo gozaban viendo el juego apoyando al uno y al otro a como querían, o gritando cualquier broma. Era un ambiente de mera diversión que terminó con la clasificación del Bleu.

Al final, ¡fue mejor que planeado! El trío de nicas la pasamos genial, decidimos pintarnos las caras con ambas banderas y apoyar a los dos equipos, hicimos amistad con sur y centroamericanos, gringos y todo el que se nos acercara. Nos tomamos innúmeras fotos con los hinchas disfrazados. Y durante todo el partido, como es característico de nuestra nicaraguanidad, pasamos “fregando”, gritando la copla Managua de nuestro deporte de tradición: ¡Que viva el Bóer! Y después, ¡Ah no, si esto es futbol, nos confundimos de estadio! El juego con nicaragüenses en el Maracaná, en el Mundial de Futbol 2014 ¡no podría haber sido más alegre! La autora es nicaragüense, graduada en Comunicación y Arte por la Universidad Federal de Viçosa, Minas Gerais, Brasil.

Opinión Bóer Maracaná archivo

COMENTARIOS

  1. Rene Montiel
    Hace 10 años

    Buenisima historia,esta joven tiene talento para escritora

  2. Viva mi tierra
    Hace 10 años

    Sabroas cronica. La anoranza de los nicas en el extranjero, aun estando en los grandes eventos . !Viva el Boer!

  3. Viva mi tierra
    Hace 10 años

    Sabroso reportaje. Liga el espiritu nica con la tradicion futbolistica brasilena. La anoranza de los nicaraguenses en el extranjero, que siempre siente vibrar el terruno. !Viva el Boer!

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