Max Lacayo
No es extraño que el inconstitucional titular del ejecutivo Daniel Ortega se haya declarado, el pasado 19 de julio, instrumento de la paz.
Con esto él pretende hacer eco de la “Oración simple” de San Francisco de Asís, que comienza con la plegaria: “Señor hazme un instrumento de tu paz”.
El tirano, estratégicamente, quiere elevarse a los niveles del santo franciscano y dar la impresión de ser el mortal que convierte odio en amor, injuria en perdón, duda en fe, desesperación en esperanza, tinieblas en luz y tristeza en alegría.
No es sorprendente, tampoco, que en ese mismo acto celebrante de su partido sandinista, Ortega, con el mismo afán de aparecer como un hombre religioso, implicara haber encontrado a Sandino y a la revolución cubana (de Fidel Castro) en el evangelio.
La Iglesia nos enseña que la voz de la conciencia moral ha sido inscrita por Dios en nuestros corazones, a manera de nuestro más íntimo núcleo y santuario. Esa es la voz que nos induce, permanentemente, a hacer el bien y evitar el mal. Y de cara a nuestras opciones en la vida, resuena como la voz del mismo Dios; aprobando nuestras buenas acciones y reprochando las malignas.
Lo anterior nos da la facultad de juzgar, por medio de la razón, la calidad moral de nuestras acciones. Esto, a su vez, crea la responsabilidad de actuar de acuerdo a lo que nuestra sociedad considere ser justo y correcto, así como lo prescrito por la ley de Dios.
En el caso de Daniel Ortega, un hombre sin decoro, la bulla de sus intereses políticos es tan elevada que no le permite oír la voz de su conciencia. Eso mismo le desactiva su intención de razonamiento moral, introspección y reflexión. Ya alejado de su conciencia actúa de manera delictuosa. Es por eso que la idea de la existencia de Dios para Ortega es simplemente utilitaria. En las profundidades de su ser, el dictador nicaragüense no da lugar a los conceptos del bien y del mal; como lo ha demostrado toda su vida. Él se aferra a sus costumbres.
Las múltiples actos de violencia de Ortega, , nunca lo han inducido a sentir compasión, ni a asumir responsabilidad. Por el contrario, esto ha servido para alimentar sus envilecidos sentimientos.
Hombres como Ortega son propensos a despreciar los principios y valores que alimentan la conciencia, a ignorar la formulación de juicios morales de acuerdo a la razón, a rechazar la oportunidad de encontrar el significado del bien y del mal y discernir la voluntad de Dios según lo expresa la ley divina.
Daniel comenzó a temprana edad su vida punible. Él carece de virtudes y paz en el corazón. Es egoísta, soberbio. Está lleno de resentimientos, fallas y debilidades humanas.
La Iglesia nos dice que la persona que actúa deliberadamente contra su conciencia, se condena. Pero en el espíritu cristiano, esta nos previene que el juicio erróneo a veces proviene de la ignorancia en la que permanece la conciencia moral.
Mas en el caso de Ortega su conciencia está ensordecida y cegada por el hábito de la acción intencional.
Daniel Ortega sabe que nunca podría ser un instrumento de la paz.
Él es un instrumento de arrolladora conflagración, temeroso de la más pequeña tregua que pudiera provocar su caída. El autor economista y escritor