El pastorcito mentiroso
—¡El lobo, el lobo!— gritaba el pastorcito y los campesinos del pueblo corrían con sus herramientas a socorrer al pobre muchacho que pedía auxilio para salvar a sus ovejas. Cuando la muchedumbre llegaba, el pastorcito se carcajeaba porque los había engañado. —Esto es divertido— pensaba —como me creen estos tontos—. Y lo volvía a hacer, y nuevamente había quien le creía. Se volvía a burlar de ellos. Un día se le apareció un lobo furioso y hambriento en su rebaño y esta vez si salió asustado el pastorcito: ¡Socorro, el lobo, el lobo! Nadie le creyó. Nadie lo auxilió.
¡El meteorito, el meteorito!
—¡Elecciones, elecciones!— dice el pastorcito, y salen los partidos entusiasmados a competir, los ciudadanos a votar, para que luego el pastorcito se carcajee en su cara porque les monta un fraude que no los deja ni competir ni elegir nada. Y lo hace otra vez, y otra vez, y cada vez se carcajea de los incautos que le creen. ¡No hay grupos armados! ¡Somos el país más seguro! ¡Árboles de la vida! ¡Vivimos en democracia! ¡Hambre cero! ¡Policía Nacional! Y se carcajea el pastorcito de quienes creen en sus embustes. Cada vez son menos. Un día se sacude Managua con una explosión. ¡Meteorito, meteorito! Ya nadie le cree. Los que se ríen son otros ahora.
Verdades y mentiras
El meteorito de Managua puso en evidencia la escasa (por no decir nula) credibilidad del Gobierno. Ojo, no estoy hablando de si fue o no un meteorito el que provocó el estruendo de la noche del sábado en Managua. No voy a meterme a eso. Ya suficientes especialistas en astronomía han salido, para que yo dé mi inexperta opinión en ese tema. Estoy hablando de verdades y mentiras. De un partido que ha establecido la mentira como instrumento de gobierno, y que al final cosecha situaciones como esta, en la cual incluso podría hasta ser cierto que cayó un meteorito sobre Managua, pero nadie les cree. Como dice el refrán, en la boca del mentiroso hasta la verdad se vuelve dudosa.
Incrédulos unidos
Y esto de las verdades y mentiras ni siquiera es de simpatizantes y opositores. No es asunto de que los simpatizantes le creen a su gobierno y los opositores no. ¡Nadie le cree! Los simpatizantes menos, aunque digan que si por conveniencia en las encuestas y entrevistas. ¿Cómo van a creer los militantes del orteguismo en la honestidad de su gobierno, si han sido ellos mismos los que han ejecutado acciones que luego “oficialmente” se dice que nunca existieron o que se presentan como lo contrario a lo que son?
Corea del Norte
Miren a Corea del Norte. Ya no se sabe qué es realidad y qué ficción. Y de su régimen se dice que les hace creer a sus ciudadanos que van ganado una guerra ficticia contra Estados Unidos, que fueron los campeones imbatibles en el Mundial de Futbol pasado, o que su líder es capaz de hacer 18 hoyos seguidos en un solo tiro jugando al golf. Pero también se dice que a un tío del Kim Jong Un lo ejecutaron soltándolo desnudo a un centenar de perros hambrientos, que igualmente el joven dictador mató a su novia por posar con poca ropa en una revista de modas, que el Estado impone los cortes de pelo y la moda, y que su propaganda está determinada por un exagerado culto a la personalidad, a lo militar y al Estado. ¿Cuánto es verdad y cuánto mentira? ¿Cuánto es propaganda y cuánto contrapropaganda? No se sabe. No hay forma de saberlo en un régimen que no permite la prensa libre e impone a sus ciudadanos lo que deben pensar y creer.
Humor nica
Muchos quisieran convertir a Nicaragua en una Corea del Norte. A estas alturas, el Gobierno en general, y doña Rosario Murillo en particular, deberían darse cuenta de que nunca podrán imponer en Nicaragua el modelo norcoreano, por muy atractivo que les parezca. Y que este “meteorito” providencial demostró que su estrategia de comunicación está tocando fondo, y que podrán controlar todos los medios de comunicación, podrán repetir una mentira mil veces, pero no podrán convertirla en verdad porque los nicaragüenses, a diferencia de los norcoreanos, tenemos un arma secreta para defendernos: el humor. Ese humor que los condena a ser el hazmerreír cada vez que mientan o cuando, aunque digan la verdad, ya nadie les crea porque han mentido demasiado. Es la historia del pastorcito mentiroso.
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