En relación con el cuestionamiento a la oposición que se hace en los corrillos de Somoto por el silencio cómplice o culpable que mantiene respecto al estado de cosas que impera en Nicaragua por “obra y gracia” del orteguismo, un amigo me ha hecho llegar la frase célebre del escritor italiano Nicolás Maquiavelo: “Todo hombre tiene su precio, lo difícil es saber cuánto vale”.
Por supuesto que esta sentencia de Maquiavelo no puede tener aplicación absoluta porque independientemente de la descomposición moral de Nicaragua existen reservas humanas con dignidad que no se rinden ante los poderosos.
La expresión maquiavélica me ha parecido oportuna para aplicarla a una oposición adormecida, sujeta a un conformismo que la anula y le quita representatividad. Se entiende que las voces de protesta tienen que salir de las conciencias libres, de las que no se venden, ni se entregan a cambio de algo, pero al constatar que las dádivas siguen prodigándose a los que no poseen la entereza de pronunciarse contra los males que padece la sociedad, convengo en la veracidad de la sentencia del talentoso Maquiavelo.
No se puede objetar lo dicho por aquel gran hombre, máxime si lo dice con el fundamento que le permite ganarse el veredicto de la historia, porque a esta última únicamente concurren y perduran los que con altivo pensamiento saben ofrecer con su juicio ponderables apreciaciones que de mucho sirven para una buena ilustración.
En Nicaragua, la oposición (si así se le puede denominar), se ha ganado lo que la opinión pública piensa sobre ella. Cuántas calamidades sociales estremecen al igual que un terremoto a la República y nadie de los que vanamente se estiman incorruptibles son capaces de mover un dedo o alzar una voz para pronunciarse respecto a lo que no anda bien en esta patria irredenta, que ha llegado a esos niveles no por voluntad propia de los nicaragüenses sino por la desmedida ambición de quienes llegan a la cúspide de una posición solo para aumentar sus fortunas, mientras a sus espaldas, abatido por la pobreza se halla un pueblo que no tiene el impulso de desafiar su endémica desgracia.
¿Por qué la oposición, que está muy cerca de los placeres económicos pero lejos de velar por los intereses del pueblo desnutrido en sus derechos, calla desmedidamente ante los abusos y los atropellos que a diario comete la Policía, que de Nacional no tiene nada desde el momento mismo que se halla al servicio de Daniel Ortega y su camarilla más cercana?
No es correcto que la fementida oposición no proteste de manera más enérgica por la insostenible presencia de Roberto Rivas en el Consejo Supremo Electoral, culpable de tantos fraudes registrados en nuestra incipiente democracia. No se le puede denominar oposición a quienes pudiendo hablar no lo hacen y por esto se vuelven apañadores del tráfico de influencias, siendo su obligación combatirlo.
Es injustificable no manifestarse contra el crimen organizado y volverse cómplice de hecho con el silencio, contribuyendo que prolifere alarmantemente, como si la vida de las personas no tuviera ningún valor.
De continuar de esta manera la oposición perderá credibilidad por completo. El pueblo al cual se debe y el que siempre es defraudado, llegará el momento en el que decida no seguir siendo el “quijote” de todos los tiempos o el redentor por excelencia para morir crucificado, como lo advierte el refrán popular. El autor es periodista de Somoto.
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