50 sombras de Grey es un fenómeno a prueba de crítica. Su viabilidad económica está asegurada. Las novelas de E.L. James empiezan a desfilar en versión cinematográfica, y serán un éxito de taquilla. Confesión de parte: no he leído los libros, pero los extractos que se han citado en la prensa confirman su pobre calidad literaria —“Mi diosa interna baila el merengue con pasos de salsa”—. Pero bueno, a la película hay que darle el beneficio de la duda.
Anastasia (Dakota Johnson) es una virginal estudiante universitaria, entrevistando al multimillonario Christian Grey (Jamie Dorman). El hombre queda fascinado con la muchacha, y empieza cortejarla con la intensidad de un acosador. Finalmente, le hace una propuesta: quiere establecer con ella un contrato que les permita entablar una relación sadomasoquista. Anastasia pondera la posibilidad de firmar, solo porque está enamorada. Mientras negocian, él cabildea liberándola de su virginidad, e iniciándola en prácticas sexuales poco ortodoxas.
El estudio ha asignado el liderazgo creativo a mujeres: la guionista Kelly Marcel es responsable de la adaptación, la fotógrafa británica Sam Taylor-Johnson asume con este proyecto la dirección de su segundo largometraje. Según las noticias, ambas han trabajado bajo el estricto control de la escritora E.L. James. Esta es una decisión astuta, pues vacuna al proyecto contra críticas que podrían surgir por el uso de violencia en la búsqueda del placer.
El sadomasoquismo sigue siendo un tabú. El aura de transgresión que le rodea está en el centro de su popularidad. Una generación de mujeres no acostumbradas a hablar sobre sexo, de repente se exponen a sus variantes más extremas. Es como no saber nadar, y que te empujen a la parte más honda de la piscina.
Pero lejos de ser un ejercicio de liberación, la película delata la doble moral implícita en este fenómeno cultural. Grey es un ser humano traumatizado por su pasado. Sus prácticas sexuales no son un asunto de preferencias, son síntomas de una enfermedad mayor, impuesta por una infancia traumatizante. Anastasia se erige como la salvadora de este hombre dañado. Si para curarlo tiene que someterse, que así sea.
Es solo un sacrificio más en el camino a la virtud. Pero vaya que si parece gozar el proceso. 50 sombras es como una beata mirando una película de erotismo suave, de esas que ponen en la TV por cable. Se tapa los ojos mientras reniega de la “cochinada”, pero abre los dedos para no perderse ni un detalle. Y algunos sexólogos han denunciado que su versión de las dinámicas de dominio y sumisión le dan mala fama a la comunidad S&M. Reafirma los prejuicios, después de disfrutar de la conducta.
La trama es ridícula, los personajes se comportan de manera absurda, y lo diálogos son risibles. Pero en sociedades tan reprimidas como la nuestra, es bienvenido cualquier medio que le ayude a la gente a explorar su sexualidad y alcanzar una vida plena. Al menos, a iniciar una conversación. Las prácticas dramatizadas en la película son escenificadas con paralizante “buen gusto”. Me parece más perturbador el materialismo implícito en la relación, y la intención de control que se extiende más allá de la cama. Grey es guapo, elegante y apestosamente rico. Hace gala de todos los juguetes que el dinero puede comprar. Si fuera un pobre dependiente de tienda, la fantasía sería más bien una película de terror. Una predicción: Dakota Johnson sobrevivirá a esta inevitable franquicia. Es una buena actriz, con la suerte de ser lo mejor de una mala película.
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