Hace tres meses cayó en mis manos un estudio sobre la religiosidad de nuestro poeta insigne, Rubén Darío. La Revista Analecta Calasantiana (Edición # 34), dedicó un estudio sobre la religiosidad del poeta, el sacerdote Bruno Martínez Sacedo, muerto en el terremoto del 72.
Pocos dariistas de nuestros tiempos han elaborado con tanta profundidad y objetividad científica este aspecto tan importante, tanto en la vida, como la obra poética de nuestro genio literario. Se diría, sin temor a equivocarnos, que intencionadamente o no, lo religioso en Darío se ha puesto a parte, sepultándolo en el baúl del olvido. Hoy en día es incompresible tal actitud. Nuestra “cultura laica” y deofóbic mira con fría indiferencia la dimensión espiritual y religiosa del poeta. Se queda solo con lo que está acorde a los “nuevos tiempos” haciendo un paréntesis a lo que más atribuló e inquietó el alma del panida. Lo Fatal es una confesión dolorosa que nos revela “desnudamente” la condición mortal y existencial del ser humano. Una persona sincera y en crisis de fe no ve más que “la tumba que nos espera con sus fúnebres ramos” y “no saber de dónde venimos y hacia dónde vamos”.
Los grandes poetas usan la poesía para expresar sus más profundos anhelos y sus más desesperados sufrimientos. El mismo Darío confiesa que “la actitud de la existencia es suavizada (redimida —diríamos—) con el arte” (Canto de vida y esperanza).
En el estudio de Edelberto Torres, encontré una confesión de Darío que me dejó sumamente perplejo: el poeta confesaba que le atraía el mundo con sus promesas de gozo y placer. Era irremediable que se entregara ellas en sus noches de bohemia. Pero, a su vez, tenía conciencia de que existía una ley, la cristiana, que prohibía buscar la felicidad en este mundo. Era normal y lógico que tenía que buscar alguna “creencia” que conciliara a las dos.
El Dios de Darío, en el sentido práctico, era el mismo que el del filósofo alemán Arthur Schopenhauer: “Una voluntad intensa que anima a todo el Universo”.
En sus sueños líricos, muchas veces deseó ser monje o fraile franciscano. Veía en la religión cristiana una manifestación palpable de la existencia de ese Dios, aunque en su vida nunca pudo reflejar ese compromiso.
En el siglo XIX, un filósofo español, Jaime Balmes retó a todos los filósofos de su tiempo a que estudiaran “Historia de filosofía” con el solo objeto de demostrar que la temática de Dios en casi todos los filósofos de la historia accidental, era un eje transversal y fundamental.
Lo mismo podríamos decir de Darío: la temática religiosa siempre estuvo presente en su obra poética principalmente. Y esto lo digo, no porque lo he leído de un comentador o un dariista especializado, sino porque en muchos de sus poemas así él lo expresa.
Rubén Darío en muchas ocasiones confesó su fe católica. Aunque jamás se comprometió con una fe determinada, siempre anduvo en búsqueda, aún en medio de sus creencias fitichistas y fantásticas del más allá. Le atraía profundamente lo misterioso y era propenso a creer cualquier historia de muertos aparecidos o de espíritus que se comunicaban con los vivos. El mismo confiesa que tuvo visiones y audiciones terroríficas en León durante su infancia.
En su canto SPES se escuchan las siguientes revelaciones de sus más profundas creencias:
“Jesús, incomparable perdonador de injurias oye. Sembrador de trigo, dame el tierno pan de tus hostias, dame contra el señudo infierno una gracia lustral de iras y lujurias ( ).”
O bien , en El Canto de Esperanza:
“Oh, Señor, por qué tardas, que esperas, para tender tu mano de luz sobre las fieras, y así hacer brillar al sol tus divinas banderas”.
¿Es esto pura poesía o una confesión de fe?
¡Ambos, por supuesto!
El autor es filósofo y catedrático universitario.
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