Treinta y cinco años después del asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero, el Vaticano reconoció que hubo una campaña para denigrar al religioso, cuya beatificación estuvo bloqueada en la época de Juan Pablo II y fue reivindicada por el papa Francisco, que lo considera un modelo para América Latina.
Asesinado en San Salvador cuando oficiaba una misa el 24 de marzo de 1980 por un francotirador contratado por la ultraderecha, monseñor Romero fue tildado en los últimos años de su vida y después de muerto de ser “un desequilibrado”, “un marxista”, un “títere manipulado por curas de la Teología de la Liberación que le escribían sus encendidos sermones” contra la oligarquía, las injusticias sociales y la represión en su país, El Salvador.
Entre los enemigos de Romero figuran los influyentes cardenales colombianos Alfonso López Trujillo, fallecido y conocido por sus posiciones ultraconservadoras y Darío Castrillón Hoyos, jubilado, quienes ocuparon en la década del noventa importantes cargos en la curia romana.
“López Trujillo temía que la beatificación de Romero se transformara en la canonización de la Teología de la Liberación”, recordó Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio, el movimiento católico que apoyó y financió la causa de Romero.
Los enemigos de la canonización de Romero arremetieron aun antes de que la causa fuera abierta formalmente (1997) y lo criticaban por su cercanía al teólogo jesuita Jon Sobrino, censurado por años por el Vaticano como uno de los grandes exponentes de la Teología de la Liberación, quien sobrevivió a la matanza perpetrada en 1989 por militares salvadoreños contra seis compañeros jesuitas.
“Juan Pablo II estaba convencido de que Romero era un mártir, no sé lo que pensaba Benedicto XVI. Creo que para él era más un asunto de oportunidad. Ninguno de los dos conocían la situación en la región como la conoce el papa Francisco”, comentó en Roma monseñor Jesús Delgado, su exsecretario personal. Delgado acaba de lanzar en italiano un libro con las cartas inéditas de Romero entre 1977 y 1980 con el título La Iglesia no puede callar.
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