La estrategia de los países auto denominados “socialistas del siglo XXI” les sigue dando resultados. Ahora, en ocasión de la recién finalizada VII Cumbre de las Américas, siguen logrando desviar la atención de los graves problemas en materia de derechos humanos y libertades públicas que caracterizan sus comportamientos. Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, tropicalizando las teorías de Heinz Dieterich Steffan, ideólogo de esta rareza, han liquidado en distintos grados y con diferentes matices sus compromisos en cuanto a respetar la democracia, los derechos humanos y las elecciones, como medio de renovación periódica de sus mandatarios. En otras palabras, socialismo del siglo XXI es solo una justificación retórica, alegre y enfiestada, que está dando paso a nuevas dictaduras personales, familiares y eventualmente dinásticas, émulas de las nacidas en plena guerra fría. Es la herencia de Chávez a nuestros pueblos.
Por otro lado, Cuba con su sistema monopartidista, exitoso (por sobre el sufrimiento del pueblo cubano) en el mantenimiento del poder en manos de dos hermanos, parece erigirse ahora en el paradigma de regímenes que se mueven hacia el totalitarismo y la negación del pluralismo ideológico, con alternabilidad en el poder, aunque busca —tácticamente— “los dólares buenos de los yanquis malos” y parece imponer su agenda en las negociaciones con un gobierno de los Estados Unidos que dejó a un lado sus compromisos en favor de la libertad y la democracia.
Esos países, aplicando métodos que les son comunes en distintos casos, irrespetan sus constituciones políticas y la ley para situarse como dueños absolutos de vida y haciendas. El orden constitucional y los límites al poder les producen alergia. La contabilización de sus desmanes y abusos son cosa común en un mundo que está muy asustado, tratando de sobrevivir, que preocupándose de los problemas del vecino. Parecemos islotes de un planeta que se incendia por el calentamiento global y por los abusos de quienes usando la democracia, la libertad y las elecciones libres que ahora rechazan y nos niegan, se alzaron con su triunfo, pretendiendo el retorno a caudillismos más atrasados pero más dañinos que los anteriores.
En el terreno de los organismos y las relaciones internacionales, estos países disponen de una estrategia que los pone en sintonía con los enemigos históricos de los Estados Unidos de América. Comparten posiciones en temas sensibles como el de la energía atómica, las distintas crisis en los conflictos actuales y, en el caso de Latinoamérica, han neutralizado las posibilidades de una aplicación de la Carta Democrática en sus países. Han logrado desacreditar a la OEA y a sus misiones de observación electoral, lo mismo que a la Unión Europea y al Centro Carter. Redujeron sus roles a simples “acompañantes” o peor aún, “veedores” y, finalmente, crearon sus propias redes de “organizaciones especializadas” en observación electoral obviamente “unidimensionales”, solamente ven lo bueno y sus reportes finales son para alabar al honorable magistrado por su transparencia y honestidad. La más grande de las burlas y el cinismo se han impuesto.
En ocasión de la VII Cumbre de las Américas, los temas políticos que nacen de los compromisos de los estados miembro del Sistema Interamericano no aparecieron por ningún lado. No son temas del debate oficial los fraudes electorales, la corrupción en la administración pública, la amenaza a la Comisión Interamericana y la pretensión del eje socialista del siglo XXI de destruir la CIDH. Esos temas no existen. ¿Es más importante “la reconciliación” cubano-norteamericana o el seguro encuentro Obama-Maduro que los temas sustantivos que requieren una urgente revisión? O aceptamos ya el retorno al absolutismo monárquico llamado ahora “socialismo, cristianismo y solidaridad”. De nosotros depende.
El autor es Diputado al PARLAMENTO CENTROAMERICANO.
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