Madrid. Con titulares que iban desde “Triunfo de la dignidad en Venezuela” (La Razón) a “Respiro en Venezuela” (El País), la prensa española destacó y festejó el anuncio de elecciones legislativas en ese país para el día 6 de diciembre. Casi unánimemente el hecho se calificó de triunfo de la oposición y muy en especial del encarcelado dirigente opositor Leopoldo López, y de derrota para Nicolás Maduro, a quien las elecciones le gustan poco y nada y en las actuales circunstancias, mucho menos.
Sin duda la firmeza y el sacrificio de López, en huelga de hambre durante treinta días, la que levantó tras el anuncio de las elecciones, fue un hecho decisivo para el llamado a elecciones.
Ahora hablar de derrota de Maduro quizás sea demasiado.
La conducta de López y seguidores más que en Maduro, pesó en los padrinos del chavismo, no siempre declarados, pero notorios.
A Maduro no le seducía eso de exponerse, justo ahora, al juicio de sus conciudadanos. Le era más fácil mantener las cosas tal cual están, —con censura de prensa, represión, tortura y encarcelamiento de disidentes sociales y opositores políticos— y esperar tiempos mejores. El miedo a volver al llano lleva a cualquier extremo.
Pero el eventual precio a pagar —la muerte de López o cualquier opositor— era muy alto para quienes hasta ahora han palanqueado directa y expresamente a Maduro y a su régimen, como la Unasur, Brasil, Cristina Kirchner y para quienes de hecho lo han acompañado con la inoperancia, como la OEA o el silencio, como el papa Francisco I.
Era mucho costo, que ninguno quería asumir y así se lo hicieron sentir a Maduro y otros personeros del régimen que al final tuvieron que ceder.
Podrá decirse que Maduro ha perdido una batalla; pero se dispone a ganar la guerra. Como sea.
En materia de elecciones “el chavismo” tiene una vasta experiencia y hasta ahora se ha manejado como pez en el agua, utilizando carnadas y trampas de todo tipo, lo que igual le ha merecido el aplauso, los elogios, el destaque, y en casos, los silencios amigos.
Ya al fijar la fecha hizo la primera y pequeña trampa: ese mismo día de 1998 Chávez fue elegido por primera vez presidente de Venezuela, con lo que se pretende llegar a los sentimientos de muchos venezolanos que están contra Maduro pero veneran a Chávez.
También como en época de Chávez, hecho el anuncio electoral comenzaron las amenazas: si pierde el Gobierno, después el diluvio. En su momento, el propio ministro de Defensa de Chávez llegó a poner en duda la entrega del poder si el líder bolivariano perdía las elecciones.
Las reglas son claras: será una campaña corta, de un mes, y cara, puesto que los partidos no cuentan con financiación oficial. Pero en la práctica ello solo afecta a la oposición.
Maduro y todo el Gobierno ya están en campaña y en ella utilizan todo el poder y los recursos del Estado. Nuevamente se ponen en marcha subsidios algo abandonados —las misiones bolivarianas—, no habrá limites en el gasto, la mayoría de los medios en poder o sometidos al Gobierno a la orden, presiones sobre las empresas que puedan apoyar a la oposición y amenazas a los funcionarios, para empezar. Pueden llegar a más.
Todo ello, por supuesto, sin observadores internacionales, salvo el acompañamiento de representantes de la Unasur. Estos han sido invitados por Maduro y lo ha hecho con gusto, dado sus actuaciones anteriores. Eso sí, nada de observadores de la OEA, la UE o la ONU.
Ha sido, sin dudas, un logro importante obligar a Maduro a convocar las legislativas, pero como se ve resta mucho todavía y el camino es empedrado.
Sin observadores en serio que controlen todo el proceso previo además del acto electoral en sí y el posterior escrutinio —algo que deberían exigir las organizaciones internacionales— es difícil hablar de elecciones libres y democráticas.
Y eso, aunque cuenten con el aval de la Unasur o, eventualmente, “sean bendecidas”.
El autor es periodista uruguayo. Fue presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa.
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