“Salí a buscar cómo divertirme, pero regreso porque mi casa es un imán”, Jezarel M.
¡Qué delicia estar en casa! Es el lugar primario donde permanecemos y las costumbres nos llevan a sentir deseos de estar ahí.
Constantemente buscamos la comodidad, tenemos espacios preferidos y elegimos el que más satisfacción nos brinda.
Por ejemplo: nuestra habitación es el lugar que nos provoca paz, nos consentimos con descansar, seguros de que pasaremos una noche satisfactoria.
Pero cuando el clima emocional no es sano la huida es lo más primitivo que experimenta el ser humano, como una respuesta inmediata y lógica.
El deseo de no permanecer en ella lleva a muchos a quedarse más en el trabajo, con los amigos o en cualquier otro sitio, menos en casa.
A mis consideraciones, lo más delicioso es la seguridad que nos brinda la casa y el hogar. Las personas que viven en ella y que son mi familia o el lugar que he elegido para habitar y ocuparme de que sea deseable permanecer en ella.
Sin darnos a la mayor tarea de reflexionar si nos gusta o no estar con la familia y en casa, porque a muchos no les parece gustar, los motivos pueden ser múltiples, como por ejemplo la hostilidad de los padres, la pareja, los hábitos de relacionarse de forma indiferente (de manera desinteresada) o ya sea el maltrato que se da entre los miembros.
Las parejas o los hijos que no desean estar en un ambiente poco hospitalario recurren a andar errantes, en búsqueda de experiencias en las que puedan encontrar lo deseado, como es sentirse amados e importantes o donde puedan descargar su ira por lo que viven a diario.
Mi consejo es: ¡Vivamos en armonía y felices!
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