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Carlos Martínez Rivas en una foto entrañable de Claudia Gordillo en su casa en Altamira. LA PRENSA/CORTESÍA DE CLAUDIA GORDILLO.

Un gran honor que CMR fuese nuestro “gran poeta maldito”

En el interesante homenaje que llevó a cabo el Centro Nicaragüense de Escritores (CNE), a Carlos Martínez Rivas, los poetas comentaristas de su obra en varios momentos, intercambiaron con el público acerca del “carácter de poeta maldito” con que se le ha asociado a CMR. Lamento expresar que este calificativo (poeta maldito), no fue enfocado […]

En el interesante homenaje que llevó a cabo el Centro Nicaragüense de Escritores (CNE), a Carlos Martínez Rivas, los poetas comentaristas de su obra en varios momentos, intercambiaron con el público acerca del “carácter de poeta maldito” con que se le ha asociado a CMR. Lamento expresar que este calificativo (poeta maldito), no fue enfocado adecuadamente, o de forma clara, y agradezco a Erick Blandón que se encontraba entre el público que lo haya aclarado aunque de forma breve: “una actitud frente a la vida”, o algo así dijo, que yo comparto. Con los miedos que una tiene de hablar sobre estos temas propios de los instruidos en literatura, me permito expresar mi visión al respecto. Primero, convendría abandonar la idea que este calificativo en la poesía se emplea despectivamente (negativamente), o es utilizado como sinónimo de “perverso” o de “malo” de maldad, porque su contrario sería el “poeta bueno, bendito, caritativo o compasivo”. Lo “maldito” en este caso, no tiene nada que ver con bondad o maldad, ni con marginales, o con desintegrados socialmente. Es importante quitarnos esa idea simplista o peor, moralista de la cabeza.

Lo segundo es que, más allá de la discusión que sí estuvo o no en las filas de los “poetas malditos” CMR, es importante ubicar el contexto del cual se derivó esta calificación. Originalmente fue Paul Verlaine en su ensayo del mismo nombre (Los poetas malditos), quien lo inventa cuando analiza el estilo de la poesía de algunos poetas del simbolismo francés, concretamente de: Rimbaud, Mallarmé Corbière, Lelian, Desbordes-Valmore y Villiers de L’Isle-Adam.

Verlaine plantea (incluido él mismo), que en la genialidad de cada uno de estos poetas, está inherente su “maldición”, como consecuencia de su sensibilidad humana extrema. Y es esta condición la que los alejó y/o aisló socialmente, y muchos de ellos hasta terminaron su vida de forma dramática. Luego, con Baudelaire y sus Flores del Mal, se generalizó el término a cualquier poeta, incluyendo a mujeres, que son incomprendidos/as y no obtienen éxito en vida.

Interpreto, entonces, que estos poetas (malditos), no se adaptaron a la superficie del mundo, detrás de la cual hierve la falacia y la sordidez que se les adjudica. Es la razón por la que se sumieron en el encierro, y en consecuencia, tanto ellos como sus obras, fueron vistos por la sociedad que despreciaron, como anormales, fuera de ella, y en realidad, en la mayoría de los casos, adoptaron conductas autodestructivas y estilos de vida, que según la moral tradicional, fue “deplorable”. Pero fueron genios.

Leila Guerrero, periodista argentina en su libro Los Malditos, compila perfiles biográficos de escritores latinoamericanos del siglo XX, examina la singularidad existencial de poetas contemporáneos con “repertorio de vidas estragadas, intensas, proclives en la mayoría de los casos a los excesos del cuerpo y a los tormentos del espíritu”. Y escruta figuras que Latinoamérica que han subsistido como mitos locales… generando la inquietante certeza de que en nuestros países la sensibilidad literaria es, con frecuencia, signo de destinos aviesos y de futuros echados por la borda…”

Los/las poetas malditos/as rechazaron las normas establecidas y desarrollaron un arte libre y cuestionador del estatus quo. Desde entonces, la fila de poetas malditos se va extendiendo aunque con pinzas e incluye, además de una larga lista de poetas franceses, a otros como Federico García Lorca, Edgar Allan Poe, Alejandra Pizarnik, solo para citar algunos/as. Pero también incluye a músicos y pintores hijos de la malditud. Todos los de esa lista, en que se cuenta al pintor Jackson Pollock y al músico Jim Morrison, fueron, repito, extraordinarios.

Dice Leila Guerrero, “son los raros”, por utilizar la expresión de Rubén  Darío: individuos que se consagraron a la literatura poniendo sus propias vidas como aval de un crédito finalmente insostenible”.

Desde esta perspectiva, los llamados “poetas y artistas malditos”, cuestionadores de los convencionalismos, de la realidad detrás de la realidad, aislados del horror del mundo, despreciados por los nuevos altares de la Inquisición, pero coherentes consigo mismos, igual que Dostoievski y otros clásicos, han sido una suerte de demonios celestiales que le han dado al arte y a la literatura en particular, no solo su sensibilidad y autenticidad, sino esa profundidad inherente a la locura racional. No vienen llenos de dones angelicales del cielo, si no, al parecer, nacieron de los fondos del noveno anillo del infierno de Dante.

Siendo así, el “malditurismo” no debe considerarse solamente como el conjunto de rasgos de las vidas “desgarradas, oscuras, tristes, enfermas” y autodestructivas de algunos de nuestros poetas universales y latinoamericanos, sino obras marcadas por un extremo sentido existencial que lleva a la denuncia sin eco, a la desesperación sin repuesta, a la sensibilidad por sí misma y a la abstracción estética que raya en la locura divina. Así, pienso que sería un honor y NO DESHONOR que a nuestro poeta Carlos Martínez Rivas se le ubique sin miedo como lo que él fue: nuestro gran “poeta maldito”, cuyo claustro, gatos, inmundicia y estilo de vida, le ha traído grandes indulgencias y bendiciones a la literatura universal y a la de este país en particular.

Concluyo esto con el siguiente comentario que me envió Erick Blandón: “Gracias, Nadine, por haber retomado el tema, ilustrando sobre el origen del honroso título de ‘poeta maldito’ que muy pocos en el mundo merecen; entre nosotros solo CMR. Comparto con vos y tus amigos el link del libro “Los malditos”, de Leyla Guerrero, en el que incluye a quienes en América Latina tienen esa marca. Yo cuando lo leí, pensé que hacía falta CMR.

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