En las elecciones de Parlamento y Gobierno que tendrán lugar mañana en España, el Partido Popular que está actualmente en el poder será el más votado, según las encuestas, con un poco más del 25 por ciento.
En segundo lugar se espera que quede el Partido Socialista, con más o menos el 21 por ciento, seguido por el ultraizquierdista Podemos con un 19 por ciento y el centrista democrático Ciudadanos que podría recibir un 18 por ciento de los votos. O sea que ningún partido obtendrá la mayoría absoluta de votos y escaños y para formar gobierno tendrán que hacer alianzas parlamentarias.
Observadas desde un país como Nicaragua, dominado por un régimen autoritario y donde no hay elecciones justas y limpias, lo más importante de los comicios españoles es su impecable transparencia. Y la certeza de que la continuidad de la democracia está asegurada, a pesar del avance de la izquierda radical que ofrece a España un sistema de gobierno primitivo y autoritario, como el chavista de Venezuela.
Tal vez por la crispación política que causa esa amenaza, las vísperas de las elecciones fueron ensombrecidas por dos actos de agresión política sin precedente en la historia de la moderna democracia española. Una de ellas fue la agresión verbal del líder del Partido Socialista, Pedro Sánchez, contra el actual presidente del Gobierno y principal candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy, a quien dijo en su cara que es una persona “indecente” durante un debate político celebrado el martes pasado. Al día siguiente, en la ciudad gallega de Pontevedra un joven fanático ultranacionalista agredió físicamente a Rajoy, asestándole un fuerte puñetazo en la cara.
Ante el grave insulto verbal del candidato socialista, Rajoy perdió los estribos y saliéndose de su habitual compostura le dijo que era un ser “ruin, mezquino, deleznable y miserable”. Sin embargo, frente a la agresión física que sufrió en Pontevedra el presidente Rajoy reaccionó con su dignidad característica, pidió que no se le diera un sentido político al incidente y se abstuvo de acusar al agresor.
Seguramente que entre la agresión verbal de Pedro Sánchez y el atentado físico del joven extremista no hubo una relación de causa y efecto. Pero es bien conocido que la agresividad del lenguaje por lo general es la antesala de la violencia y la agresión física. Si un jefe de gobierno es calificado como indecente por el líder de la oposición, probablemente cualquier individuo radicalizado y de escasa cultura política se sentirá autorizado a agredirlo físicamente, incluso a atentar contra su vida.
En una democracia robusta, como es la española, los adversarios políticos se cuestionan unos a otros y quien está en el Gobierno es sometido generalmente a una crítica fuerte y sistemática. Pero esto se hace conforme a reglas éticas que obligan a la decencia y a no confundir la crítica con el insulto personal y la difamación del adversario.
La democracia española ha sido un modelo internacional, particularmente para los pueblos latinoamericanos que soportan aún regímenes autoritarios o no han podido consolidar sus democracias. Esperamos que los bochornosos hechos de esta semana hayan sido circunstanciales y que quien sea el que gane las elecciones, España siga siendo un modelo para países como Nicaragua.