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Gonzalo Cardenal M.

La comunidad cristiana

Hay una variedad de nociones de lo que es una comunidad cristiana. Algunos creen que son unas 20 o 30 personas viviendo juntas en una casa grande o en una finca. Otros consideran que son un grupo que han puesto en común sus propiedades juntando sus cuentas bancarias. Otros como una comunidad monástica u orden religiosa. Esas son posibles formas de comunidad, pero fundamentalmente una comunidad cristiana significa la forma en que se relacionan unos con otros, tal como la definen las Escrituras: de amor, compromiso, e interdependencia.

Los primeros cristianos entendían que su fe les daba una identidad distintiva que compartían con todos los demás cristianos. Ellos veían su relación como la existente entre los miembros de una familia (Mateo 12:48-50). Es un amor en Cristo Jesús, no necesariamente de amistad o de intimidad personal, sino de la clase de amor basado en el amor fraternal que habla el Nuevo Testamento. Y esa clase de comunidad es la que la Iglesia está necesitando hoy.

Parecido al compromiso que hace un padre con su familia es el compromiso comunitario. Pactan entre todos sus miembros un compromiso mutuo incluyendo lo económico. En la nuestra (La Ciudad de Dios y en todas las comunidades de alianza alrededor del mundo) es total, y una vez pactado ante el Señor, deben cumplirlo mediante normas de estricto orden escritas y supervisadas.

Documentos de Puebla. Sin embargo yo sé que todo esto es imposible si no le permitimos al Espíritu Santo que cambie nuestro corazón de piedra por uno de carne. Por eso los obispos latinoamericanos, reunidos en Puebla, México, con san Juan Pablo II escribieron años después de la fundación de La Ciudad de Dios lo siguiente:

“La Iglesia evangeliza en primer lugar mediante el testimonio global de su vida. (Por la forma como es, no solo por lo que hace). Así, ella trata de convertirse en signo o modelo vivo de la comunión de amor en Cristo que anuncia y se esfuerza por realizar. La pedagogía de la encarnación nos enseña que los hombres necesitan modelos claros que los guíen. América Latina también necesita de tales modelos”. (Puebla 171).

“Cada comunidad debería esforzarse por constituir, ejemplo de un modo de convivencia donde logre aunarse la libertad y la solidaridad. Donde la autoridad se ejerza en el espíritu del Buen Pastor; donde se viva una actitud diferente frente a la riqueza; donde se ensayen fórmulas de organización y estructuras de participación capaces de abrir brecha y camino hacia un tipo más humano de sociedad. Y sobre todo, donde inequívocamente se manifieste, que sin una radical comunión con Dios en Jesucristo, toda otra forma de comunión puramente humana, resulta incapaz de sustentarse”. (Puebla 172).

Y en estos días nos ha dicho el papa Francisco: “Todos debemos ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia deben cumplir el milagro de una vida más comunitaria con toda la sociedad”. Y agregó: “La comunidad cristiana es la casa de aquellos que creen en Jesús como la fuente de la fraternidad entre todos los hombres”.

Esto no es utopía, es posible y las he visto creadas y funcionando por obra del Espíritu Santo en muchos lugares del mundo. Y yo no dudo que es lo que Dios quiere para nuestras parroquias: volver a vivir como lo concibieron y lo hicieron los primeros cristianos.

EL AUTOR ES COORDINADOR DE LA CIUDAD DE DIOS.
[email protected].

Opinión
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