Su majestad, su excelencia, su alteza real. El Premio Nobel de Literatura. El galardonado con el Premio Príncipe de Asturias en Letras. El honrado con el Premio Miguel de Cervantes. El Miembro de la Real Academia Española. El Marqués de Vargas Llosa.
Este hombre, plural y público está enfadado, está disgustado, molesto, echa chispas. Se siente ofendido, bravo, como toro en barrera. Las causas no son para menos, son varias y muy graves. Por ejemplo, el talentoso y consagrado cineasta norteamericano Oliver Stone se atrevió a decir que Fidel Castro es un hombre sabio, ¡que horror!, los tímpanos del marqués se rompieron al oír semejante ruido. Asimismo, Sean Penn, un excelente actor de cine estadounidense, realizó una entrevista —“malísima” según su alteza real— al criminal prófugo, entonces, el mexicano “Chapo” Guzmán, ¡qué barbaridad!, ¿como pudo ser posible semejante despropósito? Sin embargo, no le causó ninguna molestia ni a él ni a Carlos ni a Andrés que Ronald Reagan en los años ochenta dijera que Dios estaba con Estados Unidos de Norteamérica.
Si lo hubiese dicho Mijail Gorbachov, en aquella época, refiriéndose a la URSS tal vez le hubiera parecido una blasfemia, una acción desacertada. No recuerda su alteza real cuando el santo padre, ahora San Juan Pablo II, expresó su admiración por el doctor Ernesto Guevara de la Serna, un connotado dirigente de la revolución cubana, ni todavía más reciente, su santidad el papa Francisco se refirió a Pepe Mujica, expresidente de Uruguay, como un hombre sabio.
No comprende su majestad que un hombre adulto y culto distinguido y admirado universalmente como Oliver Stone puede expresar una opinión aunque a algunos como él o sus amigos Carlos y Andrés les parezca horrible. Tampoco se le ocurre pensar a su excelencia que Sean Penn, aunque sea un talentoso actor, laureado por la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas, es un hombre del mundo de la farándula y que a lo mejor quiere estar en las noticias por razones de ego insaciable quizás, como su majestad con frecuencia parece estarlo por ser miembro conspicuo de la Cultura del Espectáculo.
Recientemente su excelencia lo afirmó así en una entrevista que le concedió a su amigo Andrés, diciéndole a este que, —aunque sea un hombre en edad suficiente para gozar los serenos privilegios de la cacrequitud y la decrepitud—, se mantiene y se mantendrá activo hasta el fin de sus días. Su majestad se valora con derecho a cuestionar el actuar y el decir de cualquier persona pero reclama con vehemencia respeto a su privacidad, queriendo ignorar que es un hombre público, sobre todo si pretende mantenerse sentando cátedra y diciendo como es que las cosas deben verse, entenderse y hacerse.
Un individuo que escandaliza, traicionando sentimentalmente a una y otra esposa comportándose vulgarmente, como un adolescente irresponsabe —como en los tiempos de La Tía Julia y el Escribidor—, sin ningún freno ni control que le deberían ordenar sus muchos años de vida, para comportarse debidamente y no como un canalla, iniciando relaciones maritales con otras mujeres mientras está casado con una y peor aun que esta última se informe por la prensa mundial que su alteza real solicitara el divorcio —después de un matrimonio de cincuenta años— para entonces “formalizar” la nueva conquista, no puede pretender respeto a su privacidad.
En cierta ocasión, cuando habló de Julio Cortázar y la mujer de este, refiriéndose al matrimonio de estos, en aquel artículo que apareció no hace mucho tiempo en un diario local, su alteza real le dijo a su esposa de entonces “el matrimonio perfecto existe… tenemos que aprender de ellos, imitarlos”.
Esperemos que su majestad, ahora que se encuentra nuevamente perdidamente enamorado y que como dice él está viviendo una etapa de su vida, muy bonita, muy feliz, no “empobrezca su obra literaria, ni pierda el misterio y la novedad que ha tenido”.