CARTAS DE AMOR A NICARAGUA
Querida Nicaragua: Un día de estos escuché una conversación en la que alguien expresó que la única solución para Nicaragua era la guerra, que este gobierno solo saldría por medio de las armas, de la lucha en las montañas. No me avergüenza decir que se me espelucó todo el cuerpo. Y no crean que de miedo, pues en los ochenta inclusive sufrimos un atentado en Costa Rica donde milagrosamente salimos con vida. La guerra es algo horrible en todas sus vertientes. Hay muertos a granel de ambos bandos hermanos, el pueblo se va deshumanizando cuando le presentan la cantidad de cadáveres que llegan de los campos de batalla, el país entra en la peor de las desgracias.
Los gobiernos inmediatamente decretan el estado de sitio, se terminan todas las libertades, se impone el servicio militar obligatorio y se comienza a reclutar ciudadanos y entrenarlos para enviarlos a la guerra, a una guerra que no desean.
Se escasean los productos de consumo popular, se confiscan los alimentos para enviarlos a las tropas, se vive en constante zozobra, se busca cómo irse al exilio de cualquier manera o se somete el ciudadano a la nueva situación dictatorial por causa de la guerra.
La guerra es la peor de las desgracias que le puede ocurrir a una nación, es la destrucción de todo, la angustia del pueblo, sobre todo cuando es una guerra entre hermanos luchando por el poder.
La guerra es el mayor retroceso tanto moral como material, una tragedia histórica como la que ha vivido Nicaragua casi en todos los momentos de su historia.
Yo confieso que después de vivir la guerra de los ochenta en contra del frentismo y de ver la desgracia y la ruina en que quedó nuestro pobre país, es un pecado mortal seguir pensando en la guerra.
Confieso que prefiero mil veces la lucha cívica, pero nunca la guerra. Los únicos que pueden ayudar son los narcotraficantes o los traficantes de armas y eso nos llevaría a una desgracia peor aún.
Si alguno de ustedes no ha visto la película El mundo de los aventureros, protagonizada por Jean Paul Belmondo, búsquela —debe estar en internet— ahí se dará cuenta de lo que son los movimientos guerrilleros. Y sobre todo cómo terminan los vencedores apoderándose de todo. Siempre hay uno que se vuelve el mandamás y que se apodera hasta del palacio presidencial al que en el futuro llamará siempre “mi palacio”. El Lobo (su seudónimo), una vez instalado en el poder provoca un accidente donde muere un diplomático, precisamente el padre de su mejor colaborador en la guerrilla, padre del que ha conseguido fondos en Europa para armas y pertrechos.
En definitiva, El Lobo es el jefe que logra derrotar a una feroz dictadura de guardias criminales, pero se convierte él mismo, una vez en el poder, en un dictador peor que aquel al que derrocó. Es la historia de siempre. El pueblo queda en la misma desgracia, hambreado y pobre. Hay una nueva clase de guerrilleros que se apoderan de todo y se vuelven millonarios. Mire el retrato del pueblo de Cuba. Fidel Castro ganó la guerrilla que comenzó con la toma del cuartel Moncada, prometió el cielo y la tierra, entró a La Habana con un crucifijo colgando del pecho y prometiendo elecciones libres que nunca dio. Lleva más de 57 años en el poder.
Las guerras intestinas son eso. Sufrimientos sin límites, desgracia de los pueblos y sustitución de unos dictadores por otros dictadores.
Yo lo siento mucho pero así es. La historia nos lo dice en cada una de sus páginas desde el siglo antepasado, desde antes de la independencia de 1821. Por eso, no creo en la lucha armada. Creo en la lucha cívica, en la protesta popular, en la defensa de los derechos humanos y políticos.
El autor es gerente de Radio Corporación y excandidato a la Presidencia de la República en 2011.