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Melvin Sotelo Avilés

La fractura belga

Los actos terroristas acaecidos en Bruselas, el 22 de marzo en el aeropuerto de Zaventem y en la estación del metro de Maelbeek, son una manifestación de una realidad compleja que vive Bélgica.

Ese país nace como estado en 1830. Es el resultado de la unión de una parte francesa y la otra flamenca, y aunque juntos, desde entonces en disputas por derechos políticos, lingüísticos y culturales, que tienen su expresión en una amalgama de estructuras institucionales. Además existen fisuras profundas en la relación entre la Iglesia y el Estado y el lugar de la religión en la sociedad.

Hasta ahí y hasta ahora todo esto ha sido manejable, dado que estas dos poblaciones comparten los mismos valores occidentales. Sin embargo, a esta complejidad se le suman los movimientos nacionalistas de extrema derecha que en su calidad de “autóctonos” piden la expulsión de la población migrante del país, quienes, según ellos, son la causa de todos los males del país, sobre todo culpan a los árabes.

Hay migrantes árabes, sean de primera o segunda generación, que han tenido dificultad para insertarse en este nuevo contexto, físicamente están en Bélgica, pero mentalmente están en su país de origen, muchos de ellos están agrupados en comunas, el caso más notorio y homogéneo, en términos raciales, es Molenbeek; lugar de donde proceden la mayor cantidad de jóvenes terroristas que han viajado a Afganistán y Siria y que luego se les ha relacionado con la ejecución de los atentados en Madrid, París y Bruselas.

Molenbeek es un barrio marginal con un alto nivel de pobreza, desempleo, delincuencia juvenil y de activa presencia del narcotráfico. En este barrio de 100,000 habitantes, de los cuales el 34 por ciento son jóvenes, hay 24 mezquitas, muchas de las cuales son financiadas por Arabia Saudita, algunos de los imanes (líderes religiosos) vinieron de ese país y pertenecen a la corriente salafita.

Estos imanes consideran que en Bélgica el islam debe imponerse a las otras religiones, los cuales aprovechando la frustración de sus habitantes, producto de la exclusión y la estigmatización, han trasladado de manera mecánica las costumbres tal a como se viven en muchos países musulmanes árabes y, obviando que están en otro contexto, fomentan la división y el rechazo a los valores occidentales.

Sin embargo, sería injusto decir que los habitantes descendientes de árabes de esa comuna y de otras como Schaerbeek y Anderlecht son partidarios de los actos terroristas; por el contrario, los condenan, pero tienen que pagar por el señalamiento del cual son objeto, por culpa de unos pocos radicales que son la expresión extrema de un malestar social al cual se le debe poner atención.

Por ahora pareciera difícil hablar de una identidad belga, pero sí se debe estimular, a partir de puntos de convergencia, una identidad múltiple, promoviendo las corrientes moderadas de imanes que toman distancia de los actos terroristas cometidos por radicales islamizados y que apuestan por un islam a la europea del siglo XXI.

La clase política y los ciudadanos de ese país, independientemente de su origen, deben tomar conciencia de la necesidad de construir un estado que apunte a la cohesión de la sociedad belga, que supere las fracturas políticas, económicas, culturales y los resentimientos históricos de flamencos y francófonos, que en la situación actual, los vuelve más vulnerables.

De igual manera, es importante establecer programas de inserción económica y social para que estos jóvenes dejen de sentirse extranjeros en su propio país. Pero también hay que revisar la currículum educativa y los procesos de integración comunitaria. Al final todos estos jóvenes de origen y religión diferentes son ciudadanos belgas.

El autor es sociólogo.

Opinión actos terroristas Bruselas fractura belga archivo
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