La Modernidad: Decía en la reflexión pasada que enfrentándonos al mundo de hoy con ese otro en el que el cristianismo era aceptado como sinónimo de lo que es recto y conveniente, ha terminado. El mundo donde la ley de Dios era aceptada por todos aunque no siempre la cumpliéramos, ha pasado. Y Dios mismo ha pasado y ha sido declarado muerto. Vimos cómo al mundo de nuestra adolescencia lo había sustituido otro mundo que también está pasando y que estaba asentado sobre cuatro grandes pilares:
Los que te dicen que lo que es malo para vos aquí y ahora con suerte mañana será visto como bueno. Y que lo que antes fue malo, ahora ya no lo es (relativismo).
Los que proclaman que nada es intrínsecamente bueno o malo, sino que todo está sujeto a las circunstancias y a tu propio criterio. Que compete a cada comunidad local y a cada persona el determinar la moralidad o licitud de algo (subjetivismo).
Los que rechazan la existencia de un “más allá”, de un mundo espiritual, y en consecuencia de Dios mismo (naturalismo).
Y los que proclaman al hombre y su bienestar como la razón de ser y medida de todas las cosas (humanismo secular ateo).
Estos propugnan la realización personal como derecho, meta y prioridad suprema, rechazando cualquier forma de renuncia, entrega o sacrificio, y para obtener esa realización exigen una libertad a la vez irrestricta e irresponsable. En el campo de la psicología ensalzan la realización personal y presentan el egoísmo como terapia para infinidad de trastornos emocionales. Este humanismo secular ateo es el común denominador de las llamadas corrientes políticas y sociales, llámese; marxismo, socialismo y del capitalismo, que a diferencia del dogma católico, creen encontrar las raíces del mal en el mundo, y la solución de sus problemas, en las estructuras y en los sistemas que lo integran y que lo gobiernan. Del cambio de estructuras y del progreso saldrá el nuevo paraíso.
En un mundo así, el cristianismo y Cristo no tienen utilidad alguna. Quedan, en el mejor de los casos, reducidos a algo conveniente para un “más allá”, que los unos rechazan como opio de los pueblos para su compromiso en el “más acá”… y los otros como un obstáculo a la implementación de medidas moralmente ilícitas que juzgan necesarias para el bienestar de los individuos, como el aborto, el control de la natalidad, el derecho a la homosexualidad como estilo de vida alterno, etc.
En ese período de tiempo, predominan la razón y la ciencia. Solo se acepta aquello que es científicamente demostrable. Se entiende que la verdad es solo la verdad científica. Por eso es que se excluye lo religioso, lo trascendente, y todo lo que no parezca racional. En ese tiempo el hombre es el centro de todo. Predomina el individualismo y es por eso que se piensa tanto en los derechos individuales y en el éxito individual a expensas de la familia y de las comunidades humanas. Reina el mito del progreso. El mundo va siempre hacia adelante, y toda la humanidad estará cada vez mejor, gracias a la ciencia y gracias a la razón. Esta modernidad llega a su máxima expresión en lo que se ha llamado la sociedad tecnológica del siglo XX.
Y con todo esto nos adentramos a una nueva era que se inicia a finales de los años setenta y que conocemos como la post modernidad de la que hablaremos en la próxima semana.
EL AUTOR ES MIEMBRO DEL CONSEJO DE COORDINADORES DE LA CIUDAD DE DIOS
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