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siglo XXI, corrupción, metamorfosis
Enrique Jiménez Quezada

El honor de ser médico

La medicina nicaragüense se ha puesto en “entredicho” en los últimos días, con el caso del doctor Páramo a quien la prensa nacional, le otorgó la primera plana; por otro lado en el corazón de las Segovias, se estaba incriminando a los doctores pediatras Xiomara Guillén y Cristian Berríos. Este caso, a diferencia del primero, tuvo un menor despliegue noticioso y sobre todo ha contado con un valiente y decidido apoyo de los médicos estelianos y de Fetsalud. ¡Bravo, médicos y Fetsalud norteños! Sus mantas y carteles defendiendo la dignidad de los doctores Berríos y Guillén, quedarán estampadas en la historia de la medicina nicaragüense y representan el humito que aún no se ha apagado de la solidaridad y unidad gremial. Valiente el liderazgo y las declaraciones del doctor Cardoso.

La población, que al final de cuentas son nuestros pacientes, deben adquirir la conciencia que sus médicos son seres humanos, ilusionados con la recuperación de su salud y deben ser instruidos por nosotros, de los riesgos de cada tratamiento o procedimiento. Deben estar claros por nuestra propia palabra que el fortuito de la complicación y/o fracaso de su tratamiento, siempre existe a pesar que hagamos las cosas lo mejor posible; debe saber que en la medicina se trabaja en un mano a mano entre la tecnología y los conocimientos y experiencia de su médico, siendo esta última la mejor joya que le podemos ofrecer. Es la experiencia, capaz de romper esquemas y protocolos con éxito, es la experiencia la que suspende una hemorragia con tan solo oprimir adecuadamente con el dedo, en el lugar preciso; experiencia que el médico ha comprado con su propia vida, para interés de sus pacientes. Con una excelente relación médico-paciente, que incluya a familiares, viene sobrando la famosa hoja de “consentimiento informado”, la cual obviamente hay que llenar, como una formalidad preventiva.

La “cultura de lo ajeno” que nos hace adquirir rápidamente costumbres, lenguaje y/o “dichos” y hasta fonética extranjera, nos ha caracterizado como pueblo. Pablo Antonio Cuadra caracteriza este rasgo en El nicaragüense y la medicina no es excepción. La migración a Estados Unidas hace que la demanda esté en la mente de quienes han estado allá, al recibir atención médica. Como parte de nuestra idiosincrasia “imitadora”, caemos en un esnobismo criollo ridículo y una actitud pueril de estar al acecho de “fallas” que no sabemos, perdiendo a veces la realidad que andábamos buscando: Nuestra salud.

La tecnología cuando se usa sin estar sustentada por el conocimiento y la experiencia, es “buena para nada” y este proceder con el tiempo va a dar insatisfacción en el paciente y desprestigio en el médico; ejemplifico: “Doctor, mándeme una resonancia para esta cefalea, es lo último”, la acompañante “no niña, un PET”, el doctor “sí; tome, hágase un PET”, examen que ni siquiera tenemos actualmente en el país. Resultados: la cefalea se agravó, la paciente visita otro médico que hace historia clínica, aún usa estetoscopio, “reza a Jesucristo y aún habla en español”, este toma la presión de 160/100, prescribe lo indicado, la cefalea desaparece.

El médico debe actuar siempre con certeza y conservar la autoridad en la conducción del tratamiento, sin que tecnologías de internet, que maneja la población u otras motivaciones, lo condicionen; el paciente debe confiar en él.

El juzgamiento de la profesionalidad médica es algo casualmente muy profesional, íntegro y documentado y no debe hacerse sin la presencia de médicos responsables. Pasar un informe no es juzgar, sí puede peligrosamente convertirse en acusar; los informes de medicina legal testifican del estado final del espécimen o cadáver, no del criterio y decisión a la cabecera del enfermo que es lo que significa clínica y es privativo del médico o servicio tratante.

Los doctores Berríos y Guillén, de Estelí, según el servicio tratante actuaron con criterio apropiado, su departamento de trabajo ha sacado la cara; en el caso del cirujano plástico Páramo esas voces corresponsables no se han oído.
Con estos casos, la medicina nacional ha mostrado su orfandad, hace falta un cuerpo profesional colegiado, idóneo y autorizado para regular, vigilar, sancionar, establecer criterios y evaluar decisiones, que nos dé identidad en el ámbito nacional e internacional.

El autor es médico-neurorradiólogo. Profesor de la UNAN-León.

Opinión
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