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Wilfredo Montalván

En memoria de Alberto Saborío

Solo, desde mi ventana, miré venir en aquella tarde gris a lontananza un cortejo fúnebre. Pero lo que me extrañó es que tras el féretro venía una multitud silenciosa, sin las fanfarrias y los oropeles que caracterizan a las exequias de los héroes o de los hombres de Estado.

Bajé presuroso las escaleras y le pregunté al vecino sobre lo que estaba pasando y me respondió: “Van a enterrar al doctor Alberto Saborío Morales”. ¡Cómo!, le respondí: ¿Qué destino funesto se cierne sobre nuestra patria que en los momentos cruciales, cuando más se les necesita, se van nuestros mejores hombres?

Conocí al doctor Alberto Saborío en la década de los sesenta del siglo pasado, recién venido él de Europa en las aulas universitarias de la UCA, adonde había ido ávido de conocimientos a estudiar la carrera del Derecho. Cuando regresó, traía cargada su mochila, no del oro o de las riquezas materiales que envilecen, sino de libros: Rousseau, Montesquieu, Condorcet y más a tono con su tiempo, las obras del general Charles de Gaulle, de quien fue uno de sus fervientes admiradores. Desde entonces nos unió siempre una fraternal amistad.

Aunque siempre perteneció al Partido Conservador, fue un verdadero revolucionario, en el sentido constructivo de la palabra, pues desde entonces el tema de cómo sacar a Nicaragua de la pobreza y de liberarla de la opresión en que ha vivido, siempre fue para él como una obsesión. Así la primera célula que organizó estuvo integrada por Casimiro Sotelo; David Tejada y el que esto escribe. Y en la dura lucha contra la dictadura somocista, él siempre estuvo en la primera fila de los abogados que defendían a los acusados que desde las trincheras decían, en aquel tiempo, que luchaban por la libertad de los nicaragüenses: el FSLN. ¡Oh ironías de la vida!

Luego decepcionado por los pactos Agüero-Somoza fundó el Movimiento Popular Conservador cuyo lema “No hemos renunciado a la victoria” causó notable impacto en la población y cuando algunos escépticos le criticaban porque calificaban de estériles sus nobles propósitos, solía decir que “los nicaragüenses somos inaccesibles al desaliento”.

Sería prolijo describir una a una todas las andanzas que en pro de la democratización de Nicaragua juntos hicimos, como el recorrido palmo a palmo del territorio nacional durante la campaña presidencial del 2001 en la que él fue el portaestandarte de los conservadores. Más, hoy más que nunca es bueno recordar que él fue también quien preconizó la necesidad de impulsar la institucionalidad democrática, como única salida que nos queda para salir del atolladero en que hoy nos encontramos. Estoy seguro que él estaría diciendo hoy junto con nosotros: No hay por quién votar.

En estos momentos de profundo dolor por tan irreparable pérdida vayan nuestras más sentidas condolencias para su dignísima esposa, madame Christian, para sus hijos: Alberto, Agnes y Cecille, así como para todo el pueblo de Nicaragua que consciente o inconscientemente, hoy están lamentando el paso inevitable hacia la eternidad de uno de sus mejores hombres. ¡Paz a sus venerables restos!

El autor es periodista y Secretario General de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

Opinión Alberto Saborio archivo
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