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Jesús, vida

Es eterna su misericordia

Hay jóvenes condenados a la droga, a la delincuencia y al vicio, porque ni los padres ni la sociedad fueron capaces de darle una mano para que se salvaran.

Andan en este “paisito” nuestro, gente que, si por ellos fuera, ya todo el universo hubiera desaparecido. No solo lo ven todo negro, sino que además nada ni nadie tienen remedio. No solo todo está perdido para ellos, sino que tampoco hay la más mínima esperanza de salvación.

Hay personas que siempre están llorando; pero ni siquiera toman un pañuelo para secarse las lágrimas. Para ellos todo es malo y sin remedio, todos los políticos son unos corruptos, las familias están en la bancarrota, la juventud para nada vale. Hasta la misma Iglesia ya está echada a perder.

Son gente que nunca ven una lucecita de esperanza, le cierran a todos las puertas: con sus actitudes negativas se convierten en asesinos de la esperanza.

Esto nos puede ocurrir con bastante frecuencia a muchos de nosotros: hay gente tumbada a la vera del camino de la vida, porque nunca la sociedad le ha brindado un nuevo chance; pero sí se le han cerrado todas las puertas por donde llamaba.

Hay jóvenes condenados a la droga, a la delincuencia y al vicio, porque ni los padres ni la sociedad fueron capaces de darle una mano para que se salvaran.

Hay matrimonios que no supieron brindarse una nueva oportunidad y rompieron para siempre lo que con tantos años construyeron con ilusión. Hay padres incapaces de dar un nuevo chance de salvación ante los errores que sus hijos cometen.

Hay amigos que rompen con su bella amistad porque ninguno supo decir: “Lo siento”. Hay gente religiosa que parece que les molesta hasta que Dios dé el perdón a todos, al estilo de los fariseos en el tiempo de Jesús (Lc. 15, 2) o del hermano mayor de la parábola (Lc. 15, 28. 30).

Esta clase de gente es incapaz de brindar una nueva oportunidad a los demás. Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad.

Dios nunca cierra las puertas a nadie; nunca nos considera perdidos para siempre. Dios siempre pone en nuestras manos una nueva oportunidad para que podamos salvarnos. Es eterna su misericordia (Sal. 136).

Los fariseos condenaban a la mujer adúltera a pedradas; Jesús, sin embargo, le brindó una nueva salida a su vida: “Yo no te condeno; pero no vuelvas a pecar más” (Jn. 8, 11). ¡Y la mujer se salvó! Es eterna su misericordia (Sal. 136).

El fariseo Simón condenaba a la prostituta que estaba manchando su casa con su presencia; Jesús, sin embargo, le brindó una nueva oportunidad en su vida: “Perdonados te son tus pecados… ¡Vete en paz!” (Lc. 7, 48-50). Es Eterna su misericordia (Sal. 136).

Al ladrón condenado en la cruz junto a Jesús, le brindó una nueva oportunidad diciéndole: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43). Es eterna su misericordia (Sal. 136).

El hijo mayor de la parábola cerró las puertas a su hermano; pero el Padre bueno se las abrió de par en par y lo que había perdido, de nuevo lo reencontró (Lc. 15, 32). Es eterna su misericordia. (Sal. 136).

Para Dios nunca y nadie está definitivamente perdido. Dios siempre nos brinda una nueva oportunidad de salvación. Para Dios no hay noches tan oscuras que no tengan un nuevo amanecer.

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