Si solo nosotros, los nicaragüenses estuviéramos en el anfiteatro viendo la sátira electoral, estoy segura que no habrían otros candidatos. Pero las miradas del mundo están viéndonos y hay que montar un simulacro del ejercicio de votación.
Para que la función tenga carácter de un verdadero circo y no uno hecho de quimeras, hay que ofrecerle al público algo más que el “show” de un domador con una música de fondo, un látigo y un indefenso león. Por lo tanto, tienen que recurrir a los trapecistas, al ciclista en la cuerda floja, al traga fuego, y a la mujer que llega al escenario con una docena de perritos pequineses y después premia con una galleta al que más obedeció. Ah, que no se me olvide lo que a los niños más divierte: los payasos.
Habrá circo el 6 de noviembre y el domador de leones con su látigo, será el aplaudido. Y los aplausos harán ruido por muchos años.
En el transcurso de “esos muchos años” todo puede pasar, porque no hay mal que dure cien años, ni león que lo resista y como la historia se repite, igual que el vaivén incansable de las olas del mar y como el calendario no se detiene y la vida sigue, y no hay final que quede sin llegar, podría suceder que:
Quizás el león muera en el intento de capear los latigazos. Era de esperarse, latigazo tras latigazo, sin buen comer, cansado de ir de función en función, y encerrado en una vieja y destartalada jaula.
Quizás el trapecista se vaya a otro circo, que al estar de paso un día por la capital, le ofrezca un mejor trato y más remuneración.
Quizás la galleta que la mujer ofrece como premio sea rechazada un día, porque después de comer tanta galleta del mismo sabor, el pequinés la desprecia, y quizás a la mujer le tome muchos años entrenar y convencer a alguien más de que esa galleta es la mejor del mundo.
Quizás el traga fuego se aburra de la falta de aprecio y reconocimiento. Después de exponer al peligro su vida y reputación, ofrecerá su renuncia a pesar de los riesgos que eso implica como es el de no encontrar otro circo para ganarse el pan. Y con la experiencia adquirida y contagiado de ambición, instalará otro circo donde él sea el domador.
Quizás la cuerda floja ceda y el ciclista se derrumbe, haciéndole muy difícil al dueño del circo conseguir otro candidato que reemplace al que cayó desde una considerable altura.
Quizás los payasos se cansen de reír, y las lágrimas sustituyan a las carcajadas. Por ende, los niños no asistirían a un circo donde los payasos lloran en vez de reír.
¿Y el domador? Después de “esos muchos años”, cuando el inevitable vaivén de las olas del mar desmonte el circo, el domador de leones no podrá legitimar su “show”, porque si no hay circo, no hay función.
Pero esta alegoría aplicable a la realidad nicaragüense, donde la burla y el irrespeto ha provocado que la mirada internacional esté puesta en nosotros, tiene su propósito inspirado en un descabellado pero no imposible sueño, donde quizás quepa la posibilidad de acortar “esos muchos años” y evitar esos “quizás”.
Ya no es el propósito pedirle a la OEA que ejerza su posición de defensa a la democracia para retrasar las elecciones, como lo propone el documento de los 27, porque su llegada al país, convenientemente para los nuevos monarcas, nada tiene que ver con nuestra tragedia. Es más bien pedirle a los candidatos que se han apuntado al juego, que depongan su candidatura. Todavía hay tiempo para evitar que sus nombres queden plasmados en nuestra historia como los cómplices de un atrevido y desvergonzado simulacro de elecciones.
En Nicaragua todo es posible, ya lo hemos comprobado, y mientras llega el día de la función circense, a falta de esperanza de una intervención de la OEA, ya que parece que no puede intervenir, me cobijaré en la esperanza de una rebelión de los candidatos.
…Y entonces, quizás más pronto que tarde, no habrá circo que valga para el domador.
La autora es escritora.
