Jesús es la más bella expresión del amor de Dios

El gran acontecimiento histórico jamás soñado por el hombre es el nacimiento del Hijo de Dios:

Dios, el ser supremo, nace de una mujer, toma carne de su carne y se hace como nosotros, uno más en medio de los hombres.

Dios, el Señor que todo lo puede, determina hacerse precisamente “carne” de nuestra carne, lo más débil y frágil de nuestro ser como seres humanos.

Dios, la vida siempre eterna, al hacerse carne nuestra, se hace también sujeto a la muerte como nosotros.

Dios, el único santo, asume como nosotros hasta la posibilidad de ser tentado y la lucha para no caer en la tentación.

¿Por qué Dios se hace carne de nuestra carne? ¿Qué es el hombre para que Dios haga esta locura por el bien del hombre?

El nacimiento de Jesús es verdaderamente la expresión más bella del amor de Dios al hombre, una verdadera locura de amor.

Por eso, la Navidad no puede ser para los cristianos sino una gran fiesta. ¡Y las fiestas se celebran! Y, a medida de cómo es la fiesta, más tiempo necesitamos para celebrarse como se merece. Por eso, nos preparamos para su venida.

A través de nuestra fe se nos va a ir revelando cuál debería ser nuestra preparación para que la fiesta de Navidad sea lo que es para todos los hombres: Dios que se acerca al hombre, se hace carne de nuestra carne, para que el hombre jamás se separe de Dios. Cuando Cristo entró en nuestro mundo, vino a transformar nuestras vidas.

La mejor manera de recibir a Jesús es escuchando sus enseñanzas para seguirle en sus caminos (Is. 2,3) Caminando junto con él que es la luz (Is. 2,5).

Y para ello debemos ser, como dice San Pablo, libres para romper en nosotros “las obras de las tinieblas y nos revistemos de las armas de la luz” (Rom. 13,12). La fiesta de Navidad no se debe celebrar con “comilonas y borracheras ni rivalidades y envidias”, sino revistiéndonos de la luz del Señor (Rom. 13,11-14), Por eso hay que velar y estar preparados.  (Mt. 24,42-44).

Esa luz, ese sol, no es otro que el Mesías, el Señor. Estamos cercanos a la fiesta que nos recuerda su nacimiento. Adviento, con sus cuatro domingos, nos lleva de la mano para encontrarnos con Jesús niño, carne de nuestra carne y llenarnos de su luz.