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Cayó Alepo, y la máscara de la impotencia

Más de 300 mil vidas se han perdido en Siria desde que iniciaron las protestas en contra del régimen tiránico de Bashar Al Asad, quien rige ese país desde el año 2000, tras la muerte de su padre, Haféz Al Asad, quien tomó el poder mediante un golpe de Estado en 1971.

Durante 45 años los Al Asad habían regido ese país con mano de hierro y control total hasta que en marzo de 2011 un grupo de jóvenes, inspirados por la llamada Primavera Árabe, inició protestas en contra del régimen por su represión, su excesiva corrupción y el alto desempleo. La respuesta de Al Asad fue violenta, y como la violencia engendra violencia, los grupos que protestaban rápidamente se armaron y estalló la guerra civil que hasta hace poco parecía que terminaría en la derrota de Bashar.

Pero la situación no es tan sencilla. Si bien una guerra ya es una tragedia, Siria es mucho más compleja. Otrora un poder en el cercano Oriente, desde hace años el país se había convertido en un socio menor de Irán, que lo usa para abastecer al grupo terrorista Hezbolá que se encarga de dar dolores de cabeza a Israel desde el sur del Líbano.

Esa influencia iraní no es del agrado de Arabia Saudita, enemigo de Irán, en gran parte porque los iraníes son musulmanes chiitas y los sauditas son musulmanes sunitas. Esto ha llevado a Arabia Saudita a apoyar a grupos rebeldes sunitas en Siria.

Por otro lado, en Siria está el puerto de Tartus, donde opera la única base naval rusa en el mediterráneo. Haféz, el padre de Bashar, entregó la soberanía de la base a los soviéticos en 1971. Y Vladímir Putin, en su campaña por recuperar para Rusia lo que fue el poderío Soviético, no pretende ceder.

Entonces lo que está en juego en Siria no son solo las aspiraciones “democráticas” de fuerzas como el Ejército Libre Sirio, que ha tenido el apoyo —bastante vacilante— de Estados Unidos y los poderes europeos, en parte porque no están seguro qué tan demócratas son. En otras palabras, temen otra Libia pos Gadafi.

Y esa complejidad, habrá que agregar la participación del Estado Islámico, del grupo Al Nusra relacionado con Al Qaeda; además del conflicto entre Turquía y los kurdos.

Esto tiene a Siria enfrascada en lo que en inglés llaman “a proxy war”, que se traduce como “guerra subsidiaria” donde lo que menos está en juego hoy son las aspiraciones de libertad que fue la chispa que incendió la pradera.

Ya son casi seis años de una brutal guerra civil. Estados Unidos, tras las amargas experiencias de Afganistán, Iraq y Libia ha adoptado, bajo la administración Obama, el papel de un superpoder renuente, en retirada; mientras sus aliados: Gran Bretaña, Francia y Alemania, están más ocupados en lidiar con el extremismo terrorista dentro de sus fronteras y la reacción ultranacionalista de sus propios habitantes.

Habrá que ver, a partir del 20 de enero, de qué manera Donald Trump maneja la situación. En su gabinete habrá gente cercana a Putin —el mismo Trump lo admira— pero también hay acérrimos enemigos de Irán, pero Rusia e Irán han trabajado de la mano con Siria.

La caída o recuperación de Alepo, a punta de bombardeos rusos, es un símbolo por ser la segunda ciudad del país y de gran importancia económica, pero como bien dice el corresponsal de la BBC, Jonathan Marcus, la guerra y la complejidad del conflicto están lejos de acabar.

Lo único que se ha impuesto hasta ahora es la impotencia ante una dolorosa tragedia humana causada por la sed de poder.

Editorial Alepo Siria archivo

COMENTARIOS

  1. Dennis
    Hace 7 años

    Excelente editorial

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