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Joaquín Absalón Pastora

Reflexión en Navidad

Que fina y reflexiva es la excepcionalidad anual de Navidad ungida por la cristalización de la eternidad, idealizada por la mortalidad humana por quienes somos los transitorios beneficiados del pensamiento vivo.

Cada víspera del 25 de diciembre renovada por la más bella tradición —2016 agoniza— se alza el entusiasmo en todas las esferas del temperamento anímico específicamente cristiano, una efemérides sin tacha de culpa en una asociación ilimitada con el júbilo. Cierto es que el periodo celebratorio es breve para sentir la celestial dimensión cargada de felicidad.

Son profusas las muestras de solidaridad, no de la que está pintada en los rótulos publicitarios, que se dan en el ambiente festivo salvado de las hipocresías, modelo que trasciende aun en los seres que han permanecido distantes, pero que en ese momento en nombre del bienvenido se funden en una espontánea suma de augurios por la  paz espiritual de cada uno de nosotros: Felicidades en Navidad solemos decir con el acompañamiento físico de un abrazo, de un beso, de cualquiera otra demostración afectiva aunque el enlace haya sido repentino o hubiese roto los muros de la apatía. Aflora la reconciliación sin más recurso que el lenguaje de la piedad en la reflexión de que a nada conducen los tóxicos del rencor. Se canta, se ríe, se llora en la variedad de las reacciones.

“Proclamad la gloria de Dios todo poderoso” manifiesta el himno cuando ha nacido Jesús, el privilegio de Dios para cumplir la misión encomendada, dolorosa por cierto, de redimir a la humanidad. La escena de José y de María vista en uno de los nacimientos en el peregrinaje a Belén para dejar ahí los efectos del amor extraordinario que debe proclamarse y practicarse con el calor profundo de la meditación hacia “el nacimiento del héroe de la casa de David”. La sumisión unánime entiende que eso es cierto fundamentado y sostenido por la solidez de la fe. Jesús ha nacido en el establo. Su madre no había encontrado el lugar en la posada. Paraíso saturado por la humildad no obstante ser el habitante “Rey supremo y eterno, poderoso dueño de la tierra”. Todo afirmado con una admirable concordancia a pesar de que el poder haya pasado por las dificultades encontradas en el retablo.

He visto en otros de los nacimientos a los que asistí la luminosidad de la estética y el respeto a la ética en la representación de la simbiosis histórica. Fausto y modestia congregados. Los ángeles ante los pastores en la alabanza a Dios. El ángel quiere hablar, celebrar a la designación llegada desde las nubes, pero la intervención es modificada expresando al final: “Mirad, mirad cómo descansa el niño en el sombrío establo”. Expresa la característica de ser una canción de cuna para dormir al niño, meliflua y solitaria. Acompañaba al nacimiento lo que para el suscrito fue lo más tranquilo al margen del rumor: “Duerme mi querido niño un tranquilo sueño”. Cada uno de nosotros si hubiésemos vivido esa etapa, el regreso imaginativo a la antigüedad, hubiéramos soltado esta frase: acepta el homenaje de nuestras súplicas camino a Belén. En esa ruta estamos en la celebración de esta Navidad, maravillosa conmemoración de la natividad suprema, de esta y de las futuras que en la posteridad no podrán ver nuestros ojos, prolongada la festividad hasta concluir con la epifanía.

El autor es periodista.

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