14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.
Álvaro Caldera Cardenal

A sor Emilia. Non è un addio, ma a presto

Gracias “Mio Cuore” (así le decía yo en italiano cuánto la quería) por haberte entregado a Nicaragua en un ciento por ciento, y si existiese la posibilidad matemática, más allá aún.

Nunca olvidaré los mimosos cuidados que nos prodigabas en prekinder del María Auxiliadora, contiguo a El Calvario allá por 1953-1954, recién llegada de Italia. Me enseñastes a persignarme y nos contabas en el grado la historia sagrada. A todos nos encantaba tu acento cadencioso de italiana. Nos enseñaste lo básico del catecismo; pero, sobre todo, a ser buenos compañeros, a ser humildes y caritativos, a querer al prójimo.Ver entrada

Nunca olvidaré tu respuesta limpia y sincera a mis dudas normales de niño sobre cosas de la Biblia, y que te repetí de adulto también: “Alvarito, mis padres así me enseñaron la religión, a punta de pura fe. Yo no cuestiono nada”. Nunca cuestiones nada. Así no te enredas.

Siempre llevaré en mi mente y corazón tu reacción a la muerte de mi papá, cuando decidiste llevar serenata a mamá viuda, “porque hay que seguir viviendo”. “El muerto, hay que rezar por él; pero, la vida continúa y hay que ponerle la otra mejilla”, como cuando estaba yo pequeño y me trompeó otro niño en el recreo y no me dejaste defenderme.

Llevaré eternamente en mi mano derecha dos cicatrices de las heridas que en recreo me hice con un vidrio, y me llevaste al médico como si fuera tu hijo. Mi mayor impresión fue ver tu casulla llena de sangre. Me dijiste: imagínate al Señor cuánta sangre derramó por nosotros. Ofrezcámosle tu dolor y angustia. Después tu llamada dulce a mi mamá: “Isabelita, no te aflijas, tengo ya curado a Alvarito conmigo, y es que se hirió la mano y lo llevé a suturar”.

Me decías que para siete pecados, siete virtudes, y es cierto, yo creo sor Emilia, que vos las tenías de todas todas, y lo malo, lo hacías por tus pobres: ¡Pedigüeña! Así lograste hacer no uno sino dos colegios grandes, bachilleraste un montón de gente y previniste de caer en la droga a un montón de niños con tu banda de amor, no de guerra.

Me asusta recordar la tarde que te visité en el María Mazzarello y me contaste que los últimos quinientos pesitos que andabas se los habías dado a uno de tus trabajadores por una emergencia, y que “Dios proveerá”. Y a los cinco minutos se aparece el chofer de doña Myriam Lugo de Guerrero a dejarte un sobre con quinientos córdobas que te mandaba de regalo. ¿Ves? Me dijiste: Dios lo da, Dios lo quita, bendito sea Dios.

Me conforta saber que tengo en el cielo un angelito más que desde allá no solo guiará mis pasos aquí, sino que posiblemente intercedas para que el colochón también me reciba cuando me toque viajar. Siempre me acordaré de ti con enorme cariño.

El autor es abogado.

Opinión sor Emilia archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí