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Humberto Belli Pereira

Lo que falta en el currículo

La educación está de moda: se habla de invertir más en ella, de priorizarla, de aumentar su cobertura y calidad. Pero si uno pregunta ¿qué significa educar? las respuestas suelen ser confusas, o llegar tarde o mal hilvanadas. Esto ocurre, en parte, porque la educación suele tener varios objetivos o dimensiones. Así, muchos la identifican con la transmisión de conocimientos; de matemáticas, ciencias, gramática, y muchas disciplinas más. Otros, más pulidos, aluden al aprendizaje de habilidades; como saber resolver problemas y aplicar conocimientos técnicos.

Indudablemente, estos son aspectos valiosos del proceso educativo. El problema es cuando se enfatizan dejando fuera del tintero lo que debería ser el primer objetivo de la educación: formar buenas personas. Si esto falla, los otros aspectos de la educación pierden sentido. Para ilustrarlo imaginemos un uno seguido de ceros. El uno representa a la persona. Los ceros sus conocimientos y habilidades. Si el uno es una buena persona, los ceros que pongamos a su derecha aumentarán su potencial de bien: con un cero se convierte en diez, con dos, cien; con tres, mil. Pero si es malo, aumentarán su potencial de mal en forma similar.

Dicho de otra forma; una persona buena, con muchos conocimientos técnicos y de comunicación, puede hacer mucho bien. Una mala, con esos mismos atributos, puede hacer mucho mal. Las capacidades o habilidades académicas o matemáticas son tan moralmente neutras como lo es la dinamita: en buenas manos puede abrir caminos, en malas destruir vidas y propiedades.

Los currículos de nuestros centros de enseñanza prescriben muchas de esas capacidades, pero apenas tienen espacio para la imprescindible tarea de formar buenos ciudadanos; buenos en el sentido de ser personas morales, capaces de distinguir el bien del mal y con voluntad de practicar el primero; personas capaces de amar y servir, de respetar normas y personas, de trabajar con diligencia y honradez, de perseverar y ser fieles, de controlar sus impulsos y guiarse por la razón. Dicho sea de paso, estas capacidades, que algunos califican como “soft skills” (habilidades suaves), son hoy las más buscadas por los empleadores.

Un vacío curricular notablemente agudo ocurre en tema familiar. Uno de los desafíos más trascendentales que encontrarán los alumnos al bachillerarse será formar familia. Del éxito en ello dependerá gran parte de su felicidad, la de su prole, y, de rebote, la de la sociedad entera. ¿Pero se les educa para ser buenos cónyuges, padres o madres? ¿Se les habla de la gran importancia de construir hogares estables y unidos?

Cuando me tocó ser ministro de Educación (1991-98), introducimos libros de educación moral y cívica en que incluimos, por considerarlos de validez universal, los diez mandamientos. Pero ante objeciones de liberales norteamericanos, la Usaid, que los financiaba, dejó de hacerlo y fueron descontinuados.

Lo anterior es un ejemplo de lo que el laicismo mal entendido ha venido haciendo en la educación. So pretexto de espulgar la enseñanza de cualquier resabio religioso, han diluido considerablemente la educación moral o la han reducido a prácticas relativistas como la “clarificación de valores”, donde se invita al estudiante a construir “sus” propios valores, como si estos dependiesen del gusto del consumidor y no fuesen normas objetivas de valor universal, que uno no inventa sino descubre.

Es hora de repensar los contenidos de nuestros currículos a fin que nuestros estudiantes reciban una educación verdadera.

Antes, cuando se enseñaba religión en las escuelas públicas —como aún ocurre en Costa Rica— los anteriores temas se enseñaban desde la perspectiva cristiana. Con la enseñanza laica, entendida como la completamente arreligiosa, tales temas quedaron profundamente debilitados.

El autor fue ministro de Educación en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
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Opinión currículo educación Humberto Belli Pereira archivo
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