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Joaquín Absalón Pastora

El drama de la espera

Personaje negativo en la administración de las finanzas, ahora con voz y voto en el Parlamento es Byron Jerez. Este diputado pretendió ser profeta. Sentenció ante los medios de comunicación que la Nica Act había sido sepultada, puesta en la tumba del Congreso de Estados Unidos, porque el periodo había vencido debido en gran parte al resultado de la gestión victoriosa de nicaragüenses beneficiarios de una excelente relación con el poder imperial. Él mismo, quien había vegetado en las esquinas oscuras del olvido volvió a la palestra burocrática y política con saldos desventurados desde el mismo momento en que todo lo dicho por él, resultó ser el producto de la “charlatanería”.

La mención anterior del susodicho, la pongo como un ejemplo de los muchos existentes en la evacuación del lenguaje irresponsable. Se convirtió en rutina el ingreso de los “falsos profetas”, de las aves siniestras haciendo el diseño artificial del crepúsculo. Ojo con la mueca de los que ayer fueron antisandinistas. Ahora bendicen a Daniel en nombre de un poderoso y nunca oculto caballero. Ojo con los divisionistas en el circo tupido de la manipulación. Son dañinos. Engendros de la dualidad. La ingenuidad del pueblo cree en ellos como si fueran el pulso que conduce a la solución.

Para ellos solo Daniel tiene la clave para abrir la caja donde está guardada la joya de la democracia. Así piensan aún los nominales opositores. Mientras el pueblo espera en la llanura.

Desde que nació el proyecto ha caído una lluvia incesante y tempestuosa de analistas con especulaciones capaces de asfixiar al temperamento tranquilo de los nicaragüenses llevándolos a la incertidumbre. Veo en ese espejo el dibujo ingrato de la incógnita sin poder entrever si Damocles tiene listo el filo de la espada o si la guardó porque las partes llegaron a un acuerdo.

La ley bien pudiera tener como objetivo el mecanismo para presionar al Gobierno cuya conducta ha sido la motivación de la misma, el llamado espasmódico a una reflexión profunda en el sentido de desvanecer la concentración de poder en avenencia con la proporcionalidad.

Los observadores en vez de trazar el puente de la orientación hilvanan pautas perturbadoras, ponen a los monos en los árboles para asustar. Los argumentos son leales con los latidos del corazón partidario, le dan prioridad en el tablero a los intereses personales convirtiéndose la tribuna en la sede de una miscelánea oral. Los términos que más prevalecen y ya están agotados son: injerencismo, imperialismo y otros de similar significado.

La realidad es que desde que se constituyó a partir de la ceremonia retórica de la independencia, Nicaragua ha sido dependiente de los intereses foráneos. Claro que encanta escuchar los himnos triunfalistas, el aliento callejero de una canción vernácula, el mensaje exaltado de un orador patriótico. Pero todo se limita a la escueta distancia del “diente al labio”. Eso va ocurrir probablemente ahora que tome mayor y más calcinante temperatura el transcurso del proceso inclinado a poner condiciones a un término tan amplio como el de la democracia. Lo que está a la vista ciertamente es un drama, es la tensión promovida por la fila de espera, por la incertidumbre. Ese desasosiego que nos daña a los nicaragüenses en menor o en mayor escala. Ya eso pone en la piel la forma sombría de una angustia.

El autor es periodista.

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