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Julio César Castillo Ortiz

Su misericordia no se agotó en la cruz

Su llegada al calvario no pudo ser peor, fue humillado, golpeado, escupido, traicionado y colgado en una cruz por su pueblo, bajo el liderazgo de las autoridades religiosas y políticas. Nadie podía ni siquiera imaginar que todo ello era  para que se cumpliera las profecías anunciadas.

En el libro del Éxodo se explica que durante la Pascua cada familia judía debía ofrecer un cordero sin mácula como sacrificio, Isaías profetizó sobre Jesús que, “como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador”. Luego Juan el Bautista reconoció a Jesús como el cordero que quita el pecado del mundo.

La crucifixión se produjo durante la celebración de la Pascua, de acuerdo a lo que narran los evangelistas. “Entonces Jesús, cuando hubo tomado el vinagre, dijo: ¡Consumado es! E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”, escribe Juan. Para ese momento, todo estaba hecho, porque el Hijo del Hombre pagó la deuda por el pecado, y para los que en Él crean, la salvación está asegurada.

La prueba de amor más grande dada a la humanidad fue la crucifixión de nuestro señor Jesús. Sin embargo, no todo acaba en la cruz,  la misericordia de nuestro Salvador no se agotó en el calvario, tres días después derrama nuevamente su amor sobre la humanidad porque nos regaló la victoria sobre la muerte. Fue el primero en resucitar, para demostrarnos que en Él tenemos vida eterna. Desde el día de la resurrección del Señor, para el cristiano la muerte no es el fin de nuestro tiempo, sino el paso a una vida en Cristo. Su resurrección es lo insigne de la fe cristiana, el apóstol Pablo lo dijo: “Y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también la fe de ustedes”, 1 Corintios 15:14.

Una vez resucitado, Jesús nos regala su paz. En el evangelio de Juan, nos dice: “Paz a ustedes; como el Padre me ha enviado, así también Yo los envío”. Él es el Emmanuel, ¡Dios con nosotros!, vino a la tierra para padecer todo dolor y miseria humana, conoce nuestro interior, y sabe que en el mundo padecemos distintas aflicciones, pero nos dice: “Confíen en mí, yo he vencido al mundo”. En Él podemos encontrar la paz que sobrepasa cualquier adversidad humana.

Jesús resucitado nos desborda su misericordia y nos da su poder, diciendo a todos aquellos que lo seguimos con amor y cumplimos sus mandamientos: “Reciban al Espíritu Santo”. Es Su Espíritu mismo el que entrega para que todo aquel que lo siga se convierta en templo del Espíritu de Cristo. Nos prometió dar su Espíritu para hacer las obras que Él mismo hizo, e incluso obras más grandes.

Su misericordia no se agotó en la cruz, fue el inicio de todo un caminar junto a aquellos que deciden reconocerlo como Señor y Salvador. Jesús en la cruz marca la pauta para la proclamación de su mensaje, la buena nueva que murió y resucitó para darnos vida y en abundancia. Jesús resucitado es el gozo más pleno de todo cristiano, por ello, debemos dar gracias a Él, porque es bueno y porque es eterna su misericordia.

El autor es presidente de la Asociación Cristiana Jesús Está Vivo.

Opinión Jesucristo Pascua archivo
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