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OEA, Nicaragua, elecciones municipales, partidos políticos

Valorando el papel de la OEA

Yo sostengo, y lo he dicho en otros artículos, que sería saludable reformar la Ley Electoral para facilitar la participación de cualquier partido que quiera participar en las elecciones como en otros países democráticos, así no habrá nadie que se queje de que lo han excluido

Creo que es muy prematuro hacer una valoración objetiva del papel de la OEA en Nicaragua, aunque hay algunos analistas que de previo lo han descartado, sin que aún hayamos visto siquiera el primer capítulo que sería su observación, tres meses antes, del próximo proceso electoral municipal.

Es comprensible que así piensen, quienes desde ahora han decidido que no hay condiciones para participar, ya sea porque no tienen personería jurídica y poco o nada han hecho por llenar los requisitos que estipula la Ley Electoral organizando sus 153 directivas a nivel nacional.

Si bien hasta el momento no podemos dar ni un aprobado, ni mucho menos un reprobado al papel de la OEA en Nicaragua, considero que su observación electoral sí marcará la diferencia para que este proceso que se avecina sea justo y transparente.

Si en estas circunstancias hubiese un nuevo fraude, tendría un altísimo costo político con la observación, y sobre todo ante la situación internacional en que se encuentra Nicaragua.

Claro que sería deseable muchos cambios más, pero en política la realidad o la praxis es lo que se impone siempre, por eso el sabio proverbio que la política es el arte de lo posible, sin perder de vista las metas aunque parezcan inalcanzables.

Quienes descalifican sistemáticamente el papel de la OEA han decidido no participar en las elecciones municipales y de paso, en una presunción de su rol protagónico más allá de toda realidad, descalifican a todo aquel que lo haga, es decir, “como yo no estoy eso no vale, aunque venga a observar la OEA”.

Yo sostengo, y lo he dicho en otros artículos, que sería saludable reformar la Ley Electoral para facilitar la participación de cualquier partido que quiera participar en las elecciones como en otros países democráticos, así no habrá nadie que se queje de que lo han excluido.

Incluso, en las elecciones de 1990 —que tuvieron una participación electoral del 86 por ciento— participaron diez partidos políticos y en las de 1996 participaron 22 partidos, pero en ambas el electorado se concentró únicamente en dos casillas, la de la UNO y el FSLN en el noventa, y la de la Alianza Liberal PLC y el FSLN en el noventa y seis.

Si queremos terminar con la apatía política y el abstencionismo que plaga nuestro sistema político, además de devolver la credibilidad al sistema electoral, una tarea que aún está pendiente, debemos facilitar que todos los ciudadanos se puedan organizar en el partido de su preferencia, sea este nuevo o existente, para fomentar así la participación ciudadana.

No es correcto y da pie a todo tipo de especulaciones, el hecho que la misión de OEA no haya recibido en su más reciente visita, a como estaba previsto, a los partidos políticos y organizaciones civiles, pero no voy a especular las razones que tuvo la delegación para suspender la agenda y marcharse antes de lo previsto.

Pero aplazar a la OEA por este incidente tampoco es justo, ya que es muy prematuro para aventurarse a pronosticar el desenlace de su misión. En todo caso, si hubiese otra alternativa de buscar cómo enderezar la institucionalidad del país, como un diálogo nacional, yo también lo apoyaría.

Por ahora la OEA, con toda razón, parece estar enfrascada en buscarle una solución más inmediata a la crisis en Venezuela, que a la situación de Nicaragua, la que evidentemente no ha alcanzado su punto de ebullición como en aquel desdichado país sudamericano y donde ni por asomo existen las masivas protestas populares, reprimidas brutalmente, que ya forman parte integral de nuestro diario menú de noticias.

Por último, creo que hay que confiar en que el señor Luis Almagro es un demócrata de carta cabal y al menos hay que darle el beneficio de la duda, de que hará todo lo que esté a su alcance —que ciertamente es limitado— para que Nicaragua se encarrile por la senda democrática que garantice la prosperidad y una paz duradera, tal como fue el objetivo de los Acuerdos de Esquipulas II.

 El autor es periodista, exministro y exdiputado

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