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siglo XXI, corrupción, metamorfosis
Enrique Jiménez

¿Quién tiene la última palabra?

Es innegable que la humanidad del final del siglo XX y el comenzar del XXI, vive repuntes insospechados y artificiosos de corrupción, homosexualidad, xenofobia y lo que percibo como una actitud que contrapone diametralmente en su conducta, el descaro con el decoro, la realidad con la ficción,  dando la impresión que no sabe si está viviendo o jugando a vivir. Esto ha llevado a escritores y pensadores a  encasillar toda esta realidad vivencial como tolerancia o intolerancia, progresista o conservador, derecha o izquierda, tecnología o atraso. Creo que la cosa va más allá.

La inspección de la historia y la observación, señalan que estamos viviendo lo previsible. Un mundo aturdido por el estrépito de la bomba atómica creyó encontrar la armonía en los sonidos bamboleantes del rock o el silencio extravagante del “hippismo”, y buscando la realidad con sentido se fugó hacia la irrealidad. Y empezó el “viaje” a través de las “drogas”.

Los astros “rockistas” de esa época, fueron sus primeras víctimas. La sociedad de esas últimas décadas del siglo XX, expresó su sintomatología a través del síndrome “secuestro”. Y abundaron secuestros personales, de aviones, de instalaciones y hasta de naciones enteras, por parte de sus mismos gobernantes.

El siglo XXI amanece alienado y experimentando una metamorfosis hacia síndromes más elaborados, como sucede con los virus que transmutan su genética, haciéndose más dañinos e intratables. El terrorismo emerge con gritos religiosos, desfragmentando miles de seres humanos a través de explosiones y alcanza su cúspide en las Torres Gemelas de Nueva York, pero como todo “progreso” exige eficiencia, resulta que es más económico embestir con un camión a una muchedumbre y después inmolarse, ¡vamos progresando!

La homosexualidad, realidad vivencial cuyas entrañas solamente puede desentrañar quien la vive,  sus causas al margen de la enseñanza de la Escritura son siempre polémicas. Recuerdo un hombre de aproximadamente 35 años, que en un grupo religioso, luchaba tenazmente por superarla y me dijo: “Doctor, esto es duro, ¡es como una fuerza que viene de la Tierra!” Eso recuerdo, pero tanto esa vez como ahora, sigo sin entender  qué me dijo. Sabemos de la homosexualidad desde las antiguas Grecia y Roma. Lo que ahora vemos es una exacerbación acompañada de una actitud nada formal de la sociedad, que se ríe o esconde la cabeza como el avestruz.

Son muy pocas las posiciones positivas y constructivas como la del pontífice Francisco, quien recibe relajadamente al ministro homosexual de Luxemburgo, acompañado de su “compañero”. Se trata de una respuesta humana, cristiana, ante la situación particular del prójimo. Es Cristo reflejado, adelantándose en el encuentro a la Samaritana,  o dejándose bañar su cabeza con perfume por la mujer de “mala vida”. No es asunto de prejuicios, sí lo es de juicio sano. Tampoco se trata de querer borrar con un movimiento, la verdad incuestionable y objetiva de “hembra y macho, los creó”.

La comunidad homosexual, debe entender que vive en un mundo heterosexual y la humanidad actual debe aceptar que en este mundo hay cabida para todos. La actitud “avestruz” es disociativa. ¡No más burlas!… pero también no más exhibicionismo innecesario que lleve ribetes de descaro; no más certámenes de “señorita homosexual”, que envían mensaje indefinido al niño en formación y en búsqueda de identidad.

La xenofobia, otra fobia degradante, ha incrementado su deshumanización, evolucionando a una hostilidad al inmigrante. La discriminación, hermana aventajada de esta última se ha “tecnificado” y humilla a Leslie Jones, invadiendo su privacidad mediante redes “sociales” que ahora desvergonzadamente propagan el crimen, la maledicencia y la barbarie. ¡Es una sociedad que involuciona!

En una sociedad que necesita ser restaurada, mediante educación, instrucción y moralización, en un mundo con gobernantes autoritarios, infantiles e histriónicos; hay que evitar la dialéctica de oposición e impulsar la concertación

El sufijo “phobia” hay que mutarlo a “phylos”. La fobia ser trascendida por la amistad. Vos sos homo, yo hetero; pero somos amigos. El mundo será más habitable y nuestra natural animalidad, se humanizará.

Al final,  sí, la palabra la tiene cada quien.

El autor es médico, Neurorradiólogo

Opinión corrupción Homosexualidad xenofobia archivo
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