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Oscar Chavarría

Respetar siempre

Hoy por hoy: ¡Cuánto nos cuesta “respetar a los demás”!. La  voluntad de unos se impone para dominar a los demás. No respeto y me enfado con quienes no son de mi color, de mi partido o de mis simpatías políticas sociales, económicas o religiosas.

El lenguaje que siempre escuchamos y vemos que llevan a la práctica, no es precisamente el más apropiado para enseñarle al pueblo el respeto que nos debemos los ciudadanos entre sí. En el hogar, en la calle, en el trabajo, en los lugares de estudio allí está presente siempre también nuestro empeño por imponernos por encima de los demás con nuestras actitudes dictatoriales y con nuestras faltas de respeto hacia los otros.

Jesús nos da ejemplo de vida y convivencia: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11,30). No es con las imposiciones ni con las faltas de respeto a los demás, como vamos a encontrar nuestra paz y nuestro descanso interior, nuestra armonía y la convivencia sana y respetuosa. La paz, la tranquilidad de la convivencia solo se consigue por el camino de la mansedumbre.

Manso es aquel que le tiene un respeto tan grande al otro, precisamente porque es otro, que es incapaz de faltarle el respeto, es preferible ser manso y perecer en mansedumbre que ser esclavo de la ira, de la furia y del dolor. El Reino es de los humildes, los puros de corazón; el futuro es de los mansos.

El manso no se impone jamás a los demás porque sabe que los otros son tan personas humanas como él y, por tanto, merecen ser tratados con la misma amabilidad y respeto con que él.

El manso sabe que no hay tesoro más grande que la persona humana y, por eso mismo, para él toda persona humana merece la más alta consideración. Así lo hacía Jesús.

El manso es aquel que no solo es incapaz de faltarle el respeto al otro, sino que además se molesta, se siente mal, cuando ve que cualquier persona humana es vejada y humillada. Así lo hacía Jesús. El primer efecto del amor es inspirar un gran respeto; se siente veneración por quien se ama.
Cuando los hombres y las mujeres son capaces de respetarse y aceptar sus diferencias, entonces el amor tiene la oportunidad de florecer. Lo propio de nuestro Dios es el respeto a la dignidad de todos que es la fuente de la paz. (Zac. 9,9-10)

Jesús es el manso por excelencia: toda su vida fue una lucha constante por defender el derecho de toda persona humana a ser respetada en su dignidad. Su mansedumbre le llevó a defender la dignidad y el respeto al otro por encima de toda ley (Mc. 3,1-6) y aún del mismo templo (Lc. 10,25-37) y esto le costó la cruz, impuesta por aquellos que se creían los únicos y menospreciaban a los demás. No es por el camino de las imposiciones ni de las faltas de respeto al otro como vamos a conseguir una vida y una convivencia pacífica, sino a través del respeto y del tratar a los demás “con la misma dignidad con la que nosotros queremos ser tratados” (Mt. 7, 12).

Qué bien cantaba a la mansedumbre Pablo Neruda: “Amo la mansedumbre y, cuando entro a los umbrales de una soledad, abro los ojos y los lleno de la dulzura de su paz. Amo la mansedumbre sobre todas las cosas de este mundo. Y, volviendo los ojos hacia el cielo, encuentro en los temblores de las nubes, en el ave que pasa y en el viento, la gran dulzura de la mansedumbre”.
El Señor te bendiga.

El autor es  sacerdote católico.  

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