Algunos lectores perciben una contradicción en el planteamiento que hicimos en el editorial de este lunes (Desobediencia civil del pueblo), en el cual expresamos que la vía electoral para el cambio de Gobierno en Nicaragua ha sido cerrada por Daniel Ortega, con lo que hemos dicho antes acerca de que hay que participar en las elecciones.
En realidad no hay contradicción. Si bien es cierto que el camino de las elecciones para tomar al poder está bloqueado por el orteguismo, esta situación tiene que ser temporal. Una gran movilización popular, combinada con una fuerte presión internacional, podrían forzar a Daniel Ortega a permitir elecciones verdaderas, vigiladas por organismos nacionales e internacionales de observación electoral, como ocurrió en 1990.
Por otra parte, si el partido de oposición quiere participar en las elecciones a pesar de que no hay garantías electorales, tiene derecho de hacerlo y su decisión debe de ser respetada; así como también se debe respetar el derecho de quienes opten por llamar a los ciudadanos a la abstención electoral.
El año pasado, desde mucho antes de las votaciones del 6 de noviembre señalamos que no serían elecciones verdaderas por falta de garantías electorales. Pero también expresamos que ir a votar o abstenerse era una cuestión de conciencia de cada quien, en lo cual coincidimos con el planteamiento de la Conferencia Episcopal de Nicaragua.
La verdad es que nosotros no tenemos por qué decirle a nadie —persona o partido— qué debe hacer o no. Lo que hacemos es ejercer nuestro derecho de opinar de conformidad con los principios y valores democráticos que sustentamos, sobre todos los problemas de interés nacional.
Por otra parte, es necesario considerar que la elección presidencial y de diputados no es igual que las municipales. Estas son en realidad 153 elecciones distintas, cada municipio es una realidad específica y aunque en términos generales no hay suficientes garantías, la oposición puede aprovechar la campaña electoral para extender sus vínculos con la gente, divulgar masivamente sus propuestas programáticas y fortalecer su organización política.
De manera que, a nuestro juicio, la actitud de la oposición ante los comicios municipales tiene que ser distinta a la que mantuvo frente a las elecciones nacionales de noviembre pasado, cuando el régimen orteguista impidió que el partido opositor participara con su propio programa y candidatos y expulsó a la bancada opositora de la Asamblea Nacional.
Como hemos dicho en otra ocasión, en política no se lucha solo cuando existen las mejores condiciones y se tiene la seguridad de ganar. También —y con mayor razón— hay que luchar en las condiciones más adversas, sin renunciar a ningún espacio y oportunidad de fortalecerse y avanzar.
No todos los partidos que participan en las elecciones de Nicaragua, en la actualidad, son zancudos colaboracionistas con el régimen orteguista. También existe una oposición que aunque debilitada por la dictadura y sus contradicciones internas, es auténtica y no debe renunciar a la lucha por conservar los municipios que aún son gobernados por demócratas, ni perder la oportunidad de ganar algunos más.