Deduzco por la asistencia concentrada en la plaza, concebida originalmente para ser la cuna multitudinaria de la fe, que la causante de la alegría es “la revolución sandinista”. Seguirán en el hilo eufórico de tanta fiesta, otras inspiradas por el culto cíclico de las efemérides. Aclaro desde el génesis personal que la causante legítima de mis entusiasmos —grito con el cuello suelto— es la decembrina Concepción de María. Las restantes motivaciones tienen el signo de la bulla efímera.
Cada 19 de julio sigue la tradición de identificarse con la fiesta de las masas, matizada con el ingrediente de la algazara, por tanto debilitada por la ausencia de los tesoros primigenios de la historia, esa que pudo ser en el reciente 19 de julio, manantial para la ilustración, de ese relevo generacional que nombró colectivamente el dirigente sandinista Daniel Ortega sin que haya precisado en qué consisten los méritos reales de esa nueva fecundación puesta como ejemplo, pues era propicia la coyuntura para que el predicador de la alegría abriera y enseñara los textos de la historia en cuyos capítulos ese relevo debería estar empapado, no mojado por la lluvia de los ritmos. Encanta a los viejos entregar a la posteridad lo poco o lo mucho que hicieron en el recorrido de la vida. Qué joven presente en la fiesta no es consecuente en la expresión original, con el júbilo de sentirse realizado por la conquista lograda en la plenitud de su primavera, nata y diligente la alegría de vivir. La juventud no debe mantener escondida la mecha luminosa de la enseñanza para ir raudo y con merecimientos por los caminos de la profesionalización para honrar el principio de que la historia es la maestra de la vida. Tanto de ella tiene Nicaragua no desde ayer: desde siempre.
El club de los abuelos mantiene exiguo el volumen de sus aspiraciones. Están escasas para ellos las puertas hacia afuera de las experiencias útiles que ellos invocaron en la mayoría de los casos, porque mucho de la juventud con ciertas adicciones transgrede la vía recta de los caminos. Y esto hay que decirlo con sinceridad, sin el ánimo de la gratuita desestimación. Las nuevas generaciones llevadas a la plaza para mover el cuerpo al son de los temas musicales politizados deben ser compensadas con el movimiento edificador del alma, verticales los ojos y los oídos en el fervor de ser receptivos con la responsabilidad encomendada de la sucesión, del relevo acaso solo presente en la manifestación sectorizada.
Es importante señalar la obstrucción que hubo contra la legitimidad histórica en dos de los discursos pronunciados más con la emoción que con el plan objetivo. Uno de los invitados puso a Sandino ideológicamente identificado con Farabundo Martí. Sandino fue liberal “a secas” sin el acompañamiento de los apellidos manipulados por las conveniencias. Negar esa posición confesa no obstante su pensamiento y acciones antimperialistas oscurece su imagen natural.
No es la primera vez que la izquierda lo envuelve en actos ajenos a su inquebrantable nacionalismo. Otro orador poseído por la turbación puso a Rubén Darío como “poeta de izquierda” contradiciendo la pureza de su efigie universal. Está bien que la revolución sandinista sea fuente y causa de la alegría en cuanta plaza sea llenada. Empero es negativa la tergiversación con mayor razón cuando esta confunde al nuevo relevo.
El autor es periodista.
