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La Prensa

Una semana de amenazas atómicas

El lunes de esta semana, el régimen comunista de Corea del Norte, en su escalada de agresión verbal contra Estados Unidos (EE.UU.) y sus aliados asiáticos, amenazó con convertir a Seúl, la capital de Corea del Sur, en “un mar de llamas”.

Al día siguiente, el presidente  estadounidense Donald Trump declaró que “será mejor que Corea del Norte no haga más amenazas a EE.UU.” (y sus aliados), porque “se encontrarán con un fuego y una furia nunca vistas en el mundo”.

Como en una reacción en cadena de amenazas, el régimen norcoreano ripostó el miércoles al presidente Trump, amenazando con lanzar una bomba atómica contra la isla de Guam, situada estratégicamente entre la península coreana y el Mar de China Meridional. En esta isla EE.UU. tiene instalada la base militar Anderson, con un personal de al menos 6 mil personas y una flota aérea con bombarderos portadores de armas nucleares.

En respuesta a la nueva y más directa amenaza de Corea del Norte,  el presidente de EE.UU y comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses, advirtió que “si hace algo en Guam ocurrirá algo que no se ha visto nunca… Las soluciones militares están ahora totalmente dispuestas, cerradas y cargadas si Corea del Norte actúa imprudentemente”.

Tal vez todo esto no pase de ser una encendida retórica. Pero ya era tiempo de que un presidente de EE.UU. enfrentara firmemente a los extremistas gobernantes de Corea del Norte y les hiciera ver las consecuencias a las que se exponen, en caso de agredir a los mismos EE.UU. o cualquiera de sus aliados estratégicos en la región.

No hay comparación entre el poderío militar atómico de EE.UU., que según los especialistas posee 8,500 cabezas nucleares, con el de Corea del Norte que solo tiene 9. Pero con solo una bomba atómica que se posea y se arroje contra otro país, la mortandad y destrucción que causaría sería enorme, mucho más que las lanzadas por EE. UU. en 1945 contra Hiroshima y Nagasaki para poner fin a la guerra con Japón.

A pesar de que existe la convicción de que lo mejor para la humanidad  sería destruir todo el armamento atómico, el único acuerdo internacional que se ha podido lograr es el de no proliferación  nuclear, del que Corea del Norte se retiró en 2003 para impulsar su aventura armamentista.

Existe la confianza en que ningún gobierno responsable se atrevería a ser el primero en usar esas armas de terrible poder destructivo. Pero los gobernantes comunistas de Corea del Norte son irresponsables. A pesar de las presiones y sanciones internacionales que les han impuesto, ellos siguen adelante con su plan de fabricar más ojivas atómicas para sus misiles e intensifican sus amenazas de usarlas contra EE.UU. y sus aliados.

De manera que lo menos que se podría y debería hacer es advertir a esos insensatos, como lo está haciendo el presidente Trump, sobre las consecuencias que tendría ante todo para ellos el uso del arma atómica.

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