Este 9 de octubre se han cumplido 50 años de la muerte del Che Guevara, ocurrida en una selva de Bolivia donde trataba de crear un foco guerrillero que —según él— sería el comienzo de una guerra revolucionaria que se extendería a toda América Latina.
Dos años antes, en 1965, el Che Guevara había fracasado en el intento de iniciar otra guerrilla, pero en el Congo, con el objetivo de promover la revolución en todo el continente africano.
El Che Guevara también fracasó como funcionario económico de Estado, pues las medidas que impulsó y ejecutó primero como director de industrias de la reforma agraria y después como presidente del Banco Central de Cuba, arruinaron la hasta entonces floreciente economía cubana.
En realidad, aparte de su ayuda a las guerrillas de Fidel Castro, el Che Guevara solo fue exitoso como verdugo. Fusiló a alrededor de 200 personas mientras fue comandante de la fortaleza militar de San Carlos de La Cabaña, inmediatamente después del triunfo del movimiento revolucionario armado.
Fue por su dedicación obsesiva a promover la revolución en cualquier parte del mundo, objetivo por el cual dio su vida en Bolivia, que los eficientes aparatos de trabajo ideológico y propagandístico de Cuba y el movimiento revolucionario internacional, hicieron del Che Guevara una figura mítica, venerada inclusive en los países altamente desarrollados.
El Che Guevara decía que luchaba por la construcción de una sociedad sin explotados ni explotadores, en la que todas las personas fueran social y económicamente iguales y no hubiera injusticias de ninguna clase. Y sostenía que ese sistema ideal solo se podía establecer por medio de la violencia armada.
Pero lo mismo ofrecieron Lenin y Stalin en Rusia, Mao Tse Tung en China y Fidel Castro en Cuba, y en vez de crear el supuesto paraíso de la humanidad, impusieron un nuevo sistema de explotación peor que el capitalismo porque suprimieron todas las libertades y derechos individuales. Es que, como argumenta el escritor mexicano Pedro Arturo Aguirre, autor del libro Historia mundial de la megalomanía, “ninguna salvación puede ser obligatoria ni ningún orden de justicia y fraternidad puede fundarse sobre el sacrificio de muchos en aras de todos, ni sobre la idea de que la causa social está por encima de los valores últimos de la humanidad”.
Para el Che Guevara el odio era el sentimiento humano supremo. En su mensaje a la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (Ospaaal), en abril de 1967, Guevara proclamó que los revolucionarios deben tener siempre “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. El Che, igual que los terroristas islámicos en la actualidad, llamó a “llevar la guerra contra el enemigo hasta su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total”.
Es absurdo que en nuestra época no solo revolucionarios radicales, sino personas demócratas y humanistas rindan culto a alguien que predicaba ideas tan horrendas como esas.