El régimen orteguista ha reprimido de manera desmedida a varios ciudadanos que supuestamente participaron en los actos de violencia ocurridos en el municipio de San Dionisio, Matagalpa, al terminar la campaña electoral.
La protesta de San Dionisio fue motivada por los múltiples abusos cometidos por el partido oficialista en el proceso electoral que ha controlado de manera absoluta. Fue una protesta justa. Lo incorrecto fue la ocupación por la fuerza del recinto electoral municipal y la destrucción de su mobiliario y equipos de trabajo. Sin embargo, la represión orteguista ha sido desproporcionada, y también indiscriminada, según denuncia de los organismos defensores de los derechos humanos.
Hay quienes niegan que en Nicaragua existe una dictadura. No hay dictadura, dicen, porque no hay presos políticos ni se bombardea a la población civil, como lo hacía el somocismo. Pero hechos como la represión en San Dionisio y otros peores que han ocurrido anteriormente, demuestran que el régimen orteguista sí es una dictadura. Sacar a los ciudadanos de sus viviendas al filo de la madrugada, romper las puertas de sus casas a culatazos y patadas para entrar a capturarlos, eso es propio de una dictadura. Trasladar los presos a Managua y recluirlos en El Chipote, centro policial de maltratos físicos y morales, solo lo puede hacer una dictadura.
No es solo por la magnitud de la represión que se califica a una dictadura. Un régimen político que no respeta la independencia de poderes, que subordina la justicia y las fuerzas militares y policiales al partido de gobierno, que no respeta el Estado de Derecho, que hace fraudes electorales en vez de permitir elecciones justas y limpias, etc., no puede ser más que una dictadura.
La dictadura somocista reprimía con feroz brutalidad solo cuando enfrentaba conspiraciones políticas y rebeliones armadas. Bombardeó las poblaciones civiles únicamente después que estalló la guerra civil, la que al fin y al cabo condujo al establecimiento de otra dictadura.
En la actualidad el régimen orteguista no reprime como lo hacía el somocismo, porque no hay conspiraciones ni insurrecciones armadas. Y ojalá que no las hubiera, porque la experiencia ha demostrado que no es por ese camino que se logra la libertad y la democracia.
Sin embargo, cada vez que hay una protesta popular el régimen de Daniel Ortega despliega un aparato represivo descomunal. Los pocos nicaragüenses que de manera aislada y llevados por la desesperación se han alzado en armas, han sido exterminados por las fuerzas represivas del régimen orteguista, con la misma crueldad con la que durante la guerra civil actuaban los guardias somocistas.
Explosiones aisladas de violencia no armada, como la de San Dionisio, ocurren porque los ciudadanos quieren elecciones libres y limpias, reclaman que se respete su derecho a elegir. Es con garantías electorales que deben ser respondidas esas justas demandas populares, no con la represión dictatorial que ha usado el régimen orteguista.