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vanguardia, Costra Rica, elecciones
Francisco Aguirre Sacasa

Tocando fondo

En una reciente entrevista por televisión, comenté que Venezuela estaba tocando fondo socioeconómicamente y brindé una serie de datos que sustentaban mi afirmación. Como estos eran muchos, algunas personas me pidieron un escrito resumiendo la magnitud de los problemas que enfrenta Venezuela, al igual que sus causas. Como respuesta a estas peticiones, les brindo este ensayo que resume el drama que es el pan de todos los días para nuestros hermanos y hermanas venezolanos.

Antes de entrar en materia, hay que recordar que Venezuela está flotando en petróleo. Sus reservas del oro negro son vastas, las más grandes del mundo, superando hasta las de la Arabia Saudí. Por eso, Venezuela debería de ser el país más próspero del subcontinente latinoamericano. Y, de hecho, lo fue. Recuerdo que cuando yo trabajaba en el Banco Mundial, Venezuela repagó la totalidad de su deuda con el Banco y hasta compró bonos de la institución. Para efectos prácticos, el Banco dejó de considerarlo un país en vías de desarrollo y lo trató como un país donante.

Adelantando la película, en 1997 Venezuela llegó a producir 3,4 millones de petróleo por día (bpd). Selecciono este año porque fue el último AC (antes de Chávez), ya que en 1998 el coronel Hugo Chávez Frías asumió la presidencia de su país en elecciones democráticas. Chávez le ofreció a su pueblo una feliz mezcla de capitalismo y comunismo y se comprometió a hacer realidad el sueño del libertador Simón Bolívar de unificar a Latinoamérica. El nombre que el carismático líder militar le dio a su política era “Socialismo del Siglo XXI”.

Desgraciadamente su sueño se convirtió en una pesadilla. Motivado por una fuerte dosis de nacionalismo, el presidente Chávez expulsó de Venezuela a las grandes transnacionales que tenían el “knowhow” para explotar los extensos yacimientos de oro negro en la zona del Orinoco, cuya explotación era difícil por lo pesado que es comparado al petróleo dulce de, por ejemplo, el Lago de Maracaibo. Y con el pasar del tiempo, también destruyó a PDVSA, la compañía nacional petrolera. En lugar de reinvertir parte de sus utilidades en la empresa, los utilizó en programas asistencialistas para los venezolanos necesitados, sin darse cuenta que era insostenible. Además, colocó como trabajadores a miles de sus partidarios en la gigante empresa sin que ellos contasen con conocimientos técnicos para desempeñar estos cargos. Al mismo tiempo, sus políticas estimularon que talentosos ingenieros criollos en PDVSA optasen por migrar hacia otras empresas alrededor del mundo, incluyendo Estados Unidos (EE. UU.). Este “brain drain”, o fuga de capital humano, fue fatal para la economía venezolana.

El coronel Chávez también hizo importantes gastos en sus fuerzas armadas, incluyendo aviones jets, tanques y buques de guerra, la mayoría de estos armamentos de origen ruso. Al mismo tiempo, extendió su socialismo del siglo XXI a otros sectores de la economía. En el proceso, el gobierno le fue cerrando los espacios al sector privado, tanto nacional como extranjero. Y la escasez de todo —y el colapso de la calidad de vida de los venezolanos— comenzó. Esto se manifestó en un desabastecimiento de necesidades básicas como alimentos y medicinas y en las líneas interminables que vemos en los noticieros.

Nicolás Maduro heredó esta situación con el fallecimiento del presidente Chávez e intentó continuar con las políticas socioeconómicas de su predecesor, atribuyendo su fracaso a una guerra económica estadounidense. El resultado de esta postura ha sido calamitoso. Desde 2014 hasta el presente, el tamaño de la economía venezolana ha colapsado 40 por ciento, una contracción peor que la Gran Depresión que sufrió EE. UU. durante los años treinta del siglo pasado. Y la producción de petróleo ha caído a 1,9 millones de bpd, o 55 por ciento del nivel alcanzado en 1997 AC. Como el sector petrolero financia el 95 por ciento del presupuesto de la república y es el motor de la economía, Venezuela está económicamente desbaratada. Lo único que abunda es la inflación —que alcanzará 650 por ciento este año— y la miseria de su pueblo. Esto ha contribuido al descontento político, a la ola de violencia social que ha resultado en niveles de homicidios como las que viven los países del triángulo norte de nuestro istmo, y a una creciente emigración. Se estima que la diáspora venezolana, inexistente AC, ahora incluye dos millones de personas. Constaté esto en un reciente viaje a Miami, en donde me encontré con dos venezolanos manejando taxis, algo que hubiera sido inaudito AC.

Las perspectivas de Venezuela son pésimas. Se estima que su inflación alcanzará 2,350 por ciento en 2017 y que su economía seguirá contrayéndose en 2018 y 2019, según estimaciones del Fondo Monetario. Y con una deuda pública de US$140 mil millones, catorce veces su nivel de reservas, hay preocupación en círculos financieros mundiales de que el país no podrá honrar sus obligaciones financieras. ¡Qué absurda esta valoración! Venezuela ya tiene tiempo de estar en “default” con sus acreedores en la Zona Libre de Colón, con las líneas aéreas y con algunos de los tenedores de bonos de PDVSA, entre otros. Tan es así que colocar o renovar estos instrumentos financieros, considerados “chatarra” en el argot del mundo financiero internacional, requiere que brinden intereses de 20 por ciento o más.

El caso de Venezuela es tristísimo. Confirma que aun países riquísimos no pueden aguantar un mal manejo económico prolongado por parte de un gobierno inexperto y con pretensiones de controlar todo.
Venezuela confirma la tesis de Milton Friedman, el premio noble estadounidense. Él afirmó que “si ponés el gobierno a cargo del Desierto Sahara, en cinco años habrá una escasez de arena. ¡Qué sabiduría… y qué elocuencia!

El autor fue Director del Banco Mundial y Presidente de la Comisión Económica de la Asamblea Nacional.

Opinión Chávez Francisco Aguirre Maduro Venezuela archivo
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