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José Javier Álvarez Argüello

¿Por qué confiscar La Gritería?

El decreto confiscatorio de La Purísima parecía a simple vista una absurdez política por confrontar a la Iglesia católica, pero no es así. En primer lugar, al orteguismo no le conviene confiscar explícitamente a la Virgen María, mucho menos la fe por ella. El asunto es que cuando ven tanta gente gritando La Purísima, su voracidad política se estimula y no pueden evitar sus oscuras intenciones de manipular esta tradición popular y de hecho ya lo hacen. Su objetivo es la Gritería, no la devoción ni práctica espiritual cotidiana.

En segundo lugar, recordemos quién ha sido históricamente Daniel Ortega como persona, líder político y espiritual. Bajo este contexto, lo encontramos “dirigiendo a su pueblo” desde 1979 hasta la fecha. A veces desde arriba, a veces desde abajo. En los ochenta aplicó la doctrina marxista y por supuesto falló. Confrontó al imperialismo (guerra), la empresa privada (confiscaciones) y a la Iglesia. Entre otras cosas, mostró públicamente la desnudez de un sacerdote con el único propósito de desacreditarlo y sojuzgarlo, a otros simplemente los persiguió, acosó y expulsó del país. Así perdió las elecciones contra doña Violeta Barrios.

Ya como opositor cambió de táctica. Aprovechó actos cuestionables de sectores afines al clero para conseguir “alianzas” bajo extorsión, (no para sancionar o erradicar delitos). Empezó a comulgar y asistió a misa. Todo dejó de hacerlo después, al menos públicamente. Pero sobre todo, aunque nunca se ha declarado religioso o creyente, cambió su discurso y declaró su modelo “cristiano, socialista y solidario”.

Sin embargo, su carácter confrontativo y su concepción marxista de exterminación, dominación y falto de escrúpulos políticos lo llevan a contradicciones inexplicables. Mientras organiza altares a la Virgen María sus militantes asesinan impunemente a ciudadanos que defendían sus derechos electorales; su ejército tortura y ejecuta niños en la montaña sin que veamos una pizca de justicia y arrepentimiento cristiano. Mientras llama a la paz y reconciliación, le recuerda a monseñor Báez que no vivió la época en que los sacerdotes sí eran reprimidos y lo califica de bravucón por el simple hecho de no creer en “su” sistema electoral. ¿Por qué señor Ortega? ¿Acaso es Ortega digno de temer, por lo tanto contradecirlo es bravuconada? ¿Acaso Ortega se considera una persona mala, perversa, capaz de torturar y asesinar para que debamos temerle? Si es así ni Ortega ni su gobierno ni sus aliados son cristianos sinceros, así vistan de túnica y estola.

Las enseñanzas de Jesucristo son incompatibles con la máxima que “el fin justifica los medios”, por tanto es inaceptable la premisa de beneficiar a los pobres a cambio de apañar y promover la delincuencia y el crimen. La Gritería evoca los más sublimes y devotos sentimientos humanos de generosidad, amor y respeto al prójimo. La impunidad que practica su gobierno avala, suscribe y fomenta corrupción, odio y muertes. No podemos olvidar la suerte y procedencia de los asesinos de Arges Sequeira y Carlos Guadamuz, entre otros.

Daniel Ortega no necesita un decreto confiscatorio de las festividades marianas para hacer lo que ya hace, manipular la religión. ¿Acaso cambiará la túnica de María por una rojinegra? ¿Acaso algo le impide publicar en un altar “Vamos por más victorias por gracia de Dios”? La Gritería significa establecer un vínculo entre su gobierno y la espiritualidad religiosa que no le es genuina ni convincente, a juzgar por los hechos. Pero esto ya lo hace, el decreto solo es distracción. Lo que sí necesita es que los obispos no incrementen su nivel de protesta y señalamientos contra su régimen despótico siguiendo los consejos de su santidad el papa Francisco. También necesita que dejen al olvido la masacre de Río Grande. Esto ya no lo soporta todos los días en redes sociales, homilías, declaraciones, etc. Prefiere convertir la Purísima y Navidad en “opio del pueblo” y que celebremos alegremente “agradeciéndole a él, a la compañera y a Dios”.

Lo que nosotros necesitamos son mil líderes dispersos velando por la salud emocional y espiritual del pueblo, en contra del humillante liderazgo de Ortega. Amigos, profesores, padres de familia, jefes de empresas, cada uno un líder. Invito a la Conferencia Episcopal a que nos convoquen a una misa campal en la Plaza Juan Pablo Segundo por el alma de todos los adultos, jóvenes, niños, conocidos y desconocidos, torturados y masacrados en la montaña profunda. Invito al pueblo a cerrar filas en defensa de pastores evangélicos y obispos consecuentes y decirle a Ortega: “Ni aceptamos ni olvidamos ni callamos”. Todos somos Báez, Mata, Solórzano…

El autor es administrador de empresas.

Opinión confiscar gritería archivo
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