Ya habrá tiempo para unas valoraciones más precisas de los Juegos Centroamericanos Managua 2017. Por ahora es momento de reconocer a los atletas, a los dirigentes y organizadores, por haber llevado a cabo un proyecto que para muchos nos parecía casi imposible de realizar.
Aún no tenemos el detalle de la relación entre lo que se invirtió y las medallas conquistadas, pero nadie puede desestimar el esfuerzo, el sacrificio y la determinación de decenas de deportistas que dieron lo mejor de sí en los diferentes escenarios.
Hubo fallas, claro que las hubo, sobre todo en la falta de fluidez informativa (como cuando cerraron las calles sin avisar por el ciclismo), pero no hay duda que los aciertos superan holgadamente los errores.
Se probó que tenemos capacidad organizativa y disposición, como se vio a través de ese gran ejército de voluntarios que trabajó con un llamativo espíritu de servicio, sin otra pretensión que la de ser útiles, más allá de estar tras los bastidores.
El público también se hizo presente en las competencias y creó una atmósfera especial, animó a sus atletas y les reprendió cuando los desafíos se iban por la ruta que no les agradaba.
Me alegro por cada medalla que se conquistó. Detrás de cada una de ellas, hay una historia de sacrificio y entrega total de muchachos del barrio, de las comarcas y de poblados que nos llenaron de orgullo.
Y la medalla del beisbol, fue como el corolario para unos Juegos que fueron exitosos. Esa es una medalla que no podíamos perder. El beisbol está permanente bajo escrutinio y necesitaba conservar su supremacía.
Ahora solo queda seguir trabajando para avanzar en dirección al siguiente nivel.