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Crítica de cine | Victoria y Abdul

"Victoria y Abdul funciona como una comedia ligera, pero puede ser difícil aceptar su relación casual con el colonialismo británico", dice nuestro crítico

Judy Dench conquistó su primera nominación al Óscar interpretando a la reina Victoria de Inglaterra en “Mrs. Brown” (John Madden, 1997). El título hacía alusión a su relación con John Brown, el caballerizo que la consoló tras la muerte de su esposo. Ahora, 20 años más tarde, Dench vuelve a encarnar a la monarca en el ocaso de su vida, involucrada en otra escandalosa relación con un plebeyo. Abdul Karim (Ali Fazal) es un burócrata menor que trabaja en una prisión de Agra, seleccionado al azar para entregarle una medalla a la monarca. Ninguno de los dos puede anticipar la conmoción que causarán.

De acuerdo con los créditos que cierran el filme, el libro que informa el guión de Lee Hall se basa en los diarios de Karim, descubiertos recientemente. “Victoria y Abdul” asume el género de ficción histórica, recreando el pasado para comentar sobre actitudes contemporáneas. La actitud discriminante de los cortesanos tiene ecos de la xenofobia de los conservadores contemporáneos.

La película asume el punto de vista de Abdul para tomar distancia de los absurdos rituales de la monarquía. Son tan extraños para él como para nosotros. La primera vez que mira a la reina, en una pomposa cena de estado, ella devora su comida con modales que uno no asociaría con la realeza. Es solo un truco, diseñado para “transformar” a Victoria en los ojos del espectador. Primero la presentan como un monstruo ensimismado para reconstruirla como mujer vibrante. El hombre moreno llama su atención y ella lo recluta como sirviente permanente. Su presencia despierta la curiosidad de la monarca por la cultura india. Al escucharle hablar sobre la religión musulmana, lo promueve a consejero espiritual. El príncipe Alberto (Eddie Izzard) llega para tratar de imponer el orden, pero no será fácil enfrentarse a su madre.

Juan Calos Ampié, crítico de cine. LA PRENSA/ Óscar Navarrete

“Victoria y Abdul” funciona como una comedia ligera, pero puede ser difícil aceptar su relación casual con el colonialismo británico. La realidad debe plegarse a las demandas del entretenimiento, que en clave inspiradora, construye protagonistas con los cuales el espectador puede simpatizar e identificarse. En este plano ficticio, Victoria es ignorante de los peores efectos de su dominio, y tiene la entereza de acusar de racistas a los que tratan mal a su amigo. Por su parte, Abdul es presto a hacerse de la vista gorda y tratar a la monarca como una genial protectora. Abdul está peligrosamente cerca de ser “el negro mágico” que el director Spike Lee ha denunciado con elocuencia: un moreno que solo existe en el cine, para enseñarle al blanco cómo ser mejor persona. Cuando un colega le dice “¡Eres el tío Tom de la India!”, queda claro que los realizadores saben que trafican en esta dinámica tóxica.

Bajo la incómoda ideología se esconde una interesante exploración de la vejez, y como el poder —físico, personal y político— se diluye, o es arrebatado por los que protegen el status quo. Dench es una presencia magnética. Su Victoria es tan vívida que uno no puede hacer más que lamentar que los realizadores hayan extirpado cualquier tipo de fricción carnal entre los protagonistas. El sexo en la tercera edad —o contemplar la simple posibilidad de que exista— sigue siendo tabú. No se asuste si la Academia la nomina al Óscar, aunque en el balance de su carrera, esta sea una película menor. La certera dirección de Stephen Frears hace que el filme se vea más sustancial de lo que realmente es.


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