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Dr. Alejandro Serrano Caldera, jurista, filósofo y escritor nicaragüense. Jader Flores/ LA PRENSA

Dr. Alejandro Serrano Caldera, jurista, filósofo y escritor nicaragüense. Jader Flores/ LA PRENSA

El humanismo en el siglo XXI

La crisis que afecta de una u otra forma a la humanidad presenta una variedad de causas que originan múltiples situaciones que configuran el desgarrado y confrontado mapa del mundo contemporáneo

La crisis que afecta de una u otra forma a la humanidad presenta una variedad de causas que originan múltiples situaciones que configuran el desgarrado y confrontado mapa del mundo contemporáneo.

Es claro que no todas las situaciones son iguales, ni son consecuencia de una causa única; por el contrario, los motivos que producen múltiples y variadas circunstancias son diversos y no pueden ni deben uniformarse, para no correr el riesgo de caer en una generalización inconsistente que vuelve homogéneas las diferencias y elimina las particularidades.

No obstante, en medio de la pluralidad de contextos, se perfilan situaciones que permiten identificar algunos rasgos comunes que contribuyen a configurar la crisis actual. Los problemas económicos; los enfrentamientos políticos; el terrorismo; los fanatismos fundamentalistas; la fragmentación y confrontación en un mundo que se pretende homogéneo por la globalización; el fracaso del modelo neoliberal, entre otros.

Pero además de los rasgos principales que contribuyen a configurar el cuadro del mundo presente, hay un hecho predominante de carácter general, al cual nos hemos referido en diferentes ocasiones, y es la devaluación del ser humano en medio del dominio de los intereses económicos y financieros, políticos y militares, y, en consecuencia, la crisis del humanismo el que demanda imperativamente su reconstrucción.

En lo que concierne a la ciencia y la tecnología, habría que decir que para superar la crisis que hoy padece la humanidad y participar sin degradarse en los maravillosos avances científicos y tecnológicos, es necesaria la recuperación ética del desarrollo en estos campos fundamentales del saber y la vida contemporánea.

La necesidad del humanismo exige, su adecuada reafirmación a partir de una racionalidad humanizada, orientada al reconocimiento de la prioridad del ser humano, por encima del utilitarismo, la ideología del beneficio, la acumulación y la racionalidad instrumental.

Al sentido utilitario de los objetos se agrega ahora el sentido de su brevedad intencional. Ambos se han impuesto en la sociedad de consumo como valor predominante. Mientras más rápidamente se descartan unos objetos, más rápidamente se sustituyen por otros y más se consume. Mientras menor es su duración y más rápida su sustitución, mayor es la dependencia de los mismos. Se busca que duren poco para que el hábito que producen dure mucho.

Mientras por un lado todo se fragmenta y pulveriza (valores, sujetos, modelos), se mundializa un nuevo absoluto, el hábito del consumo. Jamás como ahora el ser humano ha sido tan dependiente de los objetos de su creación.

Por eso es necesario humanizar el progreso y construir una verdadera ética del desarrollo, volver a las fuentes originales de la razón que ha sido sinónimo de libertad y humanismo, respetar la vida, la libertad y la dignidad integral del ser humano.

La teoría de los valores se hace presente en tanto integre la condición moral de la persona con sus posibilidades históricas y la dignidad que le es esencial, la que depende no solamente de consideraciones de moral interna, sino de la realización de determinados supuestos históricos y sociales.

La ética participa en este conjunto de relaciones complejas, como categoría interna y externa. La primera, como la moral interior que rige la conducta; la segunda, como el paradigma al cual deben referirse las políticas de desarrollo.

Los fines y los medios están presentes como la necesaria redefinición de los parámetros del desarrollo, en forma tal que reafirmen al ser humano y a la sociedad como sujetos, actores y destinatarios, y al desarrollo mismo como el medio a través del cual se realizan los objetivos éticos y humanos que constituyen la condición de todo proceso histórico.

Es imprescindible recordar que la cultura y la educación son la condición de todo desarrollo. Ninguna idea del progreso, la integración y la tecnología tienen sentido si no parten de la identidad cultural, de su reafirmación y engrandecimiento, de su pensamiento, música, pintura, artesanía, literatura, y sobre todo del lenguaje, de las palabras recibidas y de las palabras creadas por la imaginación, enriquecidas en la convergencia de los afluentes múltiples que conforman la geografía cultural y moral y que reafirman la universalidad.

Con respecto a la experiencia nicaragüense, si debiéramos valorar nuestra sociedad desde esas perspectivas, se debería extraer como conclusión que ella se encuentra enfrascada en dos conductas principales: la una de supervivencia, y la otra de polarización.

Una sociedad que se sumerge en la indiferencia o en la descalificación indica la presencia de un problema severo, lo que exige el esfuerzo de todos para tratar de aportar alternativas que ayuden a superar esa situación y conduzcan a un plano común en donde los nicaragüenses podamos encontrarnos. Es imprescindible abocarnos a la consideración de ese problema, donde se encuentra, a mi juicio, la raíz de la crisis actual.

¿Qué hacer entonces frente a esa circunstancia? Creo que se requiere una formación fundamental en Derechos Humanos, en la que se prioricen valores como el respeto a la integridad y dignidad de la persona, la paz, la democracia, la libertad, la tolerancia y el reconocimiento del derecho a la diferencia. Pienso, y lo repito una vez más, que debe buscarse como construir la Unidad en la Diversidad.

Esto significa que cada quien, sin renunciar a sus ideas, debe considerar las ideas de los demás. No se trata de claudicar sino de abrir la posibilidad del diálogo y el debate de los diferentes pensamientos sobre la situación que se vive, dispuestos a rectificar, si es el caso, o a confirmar nuestros puntos de vista si estamos convencidos de su legitimidad y veracidad.

Se trata de reafirmar nuestros criterios fundamentales y de luchar por ellos, pero también de asumir que hay otros que piensan diferente y que tienen el mismo derecho de expresar y defender sus ideas.

Esto permite consolidar una posición racional, que es un punto importante de referencia de una actitud humanista, junto a otras como la firmeza, que no es la intolerancia; la flexibilidad, que no es claudicación; la libertad, la paz y la democracia, que en conjunto fortalecen el humanismo necesario para superar la situación presente.

Es pues un reto fundamental que se debe enfrentar para reafirmar esa actitud humanista, y que exige superar la intransigencia y la confrontación sustituyéndola por el debate de las ideas y el pensamiento racional y crítico, para que, a partir de las diferencias, se traten de encontrar los puntos de coincidencia que puedan promover un desarrollo integral.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

Columna del día Humanismo siglo XXI archivo

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