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Carlos-Montaner, cuba
/ Carlos Alberto Montaner

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió

Donald Trump se equivoca cuando declara que su intención es hacer grande otra vez a Estados Unidos (Make America great again). ¿Cuándo el país ha estado mejor? Si el Presidente o alguien lo sabe, es preferible que nos saque de duda.

En los 30 fue la Gran Depresión causada por el desplome de la Bolsa. En los 40 ocurrió la Segunda Guerra, inmediatamente seguida por la Guerra Fría y la caída de China en las manos comunistas. En los apacibles 50, tras Corea y sus docenas de miles de norteamericanos muertos, comenzaron los sobresaltos en el Medio Oriente y las ominosas prácticas nacionales para enfrentar un ataque nuclear soviético.

Los 60 fueron los de las revueltas raciales, los de Vietnam y sus mentiras. En los 70 implosionó Nixon y al final de la década, en época de Carter, los intereses bancarios ascendieron al 20 %, la economía sufría de stagflation, y parecía que el periodo de la democracia llegaba a su fin arrollada por el colectivismo soviético.

Poco después, sin embargo, llegó Mijail Gorbachov, enterró a la URSS y el comunismo quedó rezagado a dos manicomios sin importancia real: Cuba y Norcorea. (En China y Vietnam hoy existe otro género de dictaduras alejado de las supersticiones marxistas).

En Estados Unidos (EE. UU.) las personas han aumentado su promedio de vida, como sucede en casi todo el mundo, las viviendas son mayores y están dotadas de toda clase de electrodomésticos (incluidas las de los grupos sociales más pobres), la comida abunda tanto y es tan barata que el gran problema del país no es el hambre sino la obesidad y el aumento progresivo de la diabetes.

Los pobres —aproximadamente el 15 por ciento de la población— lo son porque una familia de cuatro personas recibe “sólo” unos 24,000 dólares anuales, más cupones de alimentos. Todos —pobres, clases medias y ricos— tienen acceso a electricidad, internet, agua potable, vestimentas, teléfonos celulares, escuelas, universidades estatales o privadas, protección policiaca, sistemas judiciales razonablemente eficientes y oportunidades de trabajar y abrirse paso.

Es verdad que en EE. UU. hay problemas, pero eso ha sucedido siempre. Se trata de una sociedad punitiva en la que aproximadamente existen tres millones de personas encarceladas. La calidad de los estudiantes decrece mientras aumenta el costo de las matrículas. No existe un seguro de salud universal. Las medicinas son carísimas. Las drogas provocan estragos mortales (nunca mejor dicho). En algunas ciudades hay zonas de violencia extrema con altísimos índices de homicidio. No obstante, EE. UU. sigue siendo un sitio fundamentalmente libre y lleno de oportunidades.

Eso explica que millones de seres humanos intenten establecerse en el país. No hay mejor índice de la calidad relativa de una sociedad que la presencia de los inmigrantes. EE. UU. es un imán porque el sueño americano está vivo. Como lo fue Venezuela hasta la llegada del chavismo. Como lo fue Cuba hasta que Castro liquidó la ilusión de que se podía prosperar con el esfuerzo propio. Como lo fue Argentina hasta que el peronismo arruinó a esa gran nación con su mensaje populista entreverado de fascismo.

Es cierto que existen países en los que en algunos aspectos se vive mejor que en EE. UU. (media Europa, incluida España, acaso en Israel o Japón), pero tal vez en ninguno los inmigrantes pueden desenvolverse como en este país, donde en las últimas elecciones dos senadores, hijos de inmigrantes, aspiraban a la presidencia: Ted Cruz y Marco Rubio.

En el siglo XV el poeta Jorge Manrique, conmovido por la muerte de su padre Rodrigo, escribió un gran poema con un verso neuróticamente equivocado: “cualquier[a] tiempo pasado fue mejor”. No es verdad. En aquellos casos, como EE. UU., en los que existe una continuidad institucional, pese a las contramarchas y las malas coyunturas, algunas naciones logran prosperar de manera progresiva.

Probablemente esa búsqueda obsesiva de una mítica época dorada que Trump repite en sus discursos tiene que ver con una característica de la personalidad conservadora. Los conservadores tienden a ser pesimistas.

Invariablemente ven la copa medio vacía. Asocian el perfil de la sociedad a su propia biografía. Antes eran jóvenes y bellos. Hoy son viejos, arrugados y feos. Antes, creen, era mejor. No es verdad. Otro poeta, cantautor, Joaquín Sabina, lo ha dicho en una canción muy popular: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Es lo que le ocurre a Donald Trump.

El autor es periodista y escritor. Su último libro es el ensayo El presidente: manual para electores y elegidos. ©FIRMAS PRESS

Opinión Donald Trump Estados Unidos archivo
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