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El Secretario de Estado Rex Tillerson habla en el Foro de la Fundación Consejo Atlántico 2017 en Washington. LAPRENSA/AP

Estados Unidos define su nueva diplomacia hacia América Latina

El punto claro de esa nueva política de relaciones exteriores es que se quiere replegar la influencia político-militar de Rusia y la que China con su poderío económico han logrado calar en la región latinoamericana

Le tomó un año, después de haber asumido como secretario de Estado de los Estados Unidos, a Rex Tillerson realizar una gira oficial donde sus vecinos y socios comerciales en América Latina y el Caribe. Pero al concluir esa visita, que para analistas nicaragüenses tardó demasiado en realizarse, el secretario Tillerson tomó decisiones que dan señales de cuál será la política de relaciones exteriores que el gobierno de Donald Trump aplicará en Latinoamérica.

La gira duró del 2 al 7 de febrero por México, Argentina, Perú, Colombia y su última parada fue Jamaica. Que el secretario Tillerson eligiera esos países para acercarse a la región no fue al azar pues todos son socios comerciales y aliados políticos necesarios para retomar la influencia perdida por Estados Unidos en el resto de la región.

El punto claro de esa nueva política de relaciones exteriores de Tillerson es que se quiere replegar la influencia político-militar de Rusia y la que China con su poderío económico han logrado calar en la región latinoamericana.

“El (presidente) ruso Vladimir Putin tiene aspiraciones imperialistas, y no se puede ignorar que Rusia es un actor incómodo para Estados Unidos pero por su capacidad estratégica para generar daño cuando lo quieren hacer con el espionaje o ciberespionaje”, afirma Félix Maradiaga, director del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (Ieepp) en Managua.

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En el caso de China, el sociólogo Óscar René Vargas explica que los últimos diez años “aterrizó cómodamente” en Latinoamérica y lo demuestran que a finales del 2016 las empresas chinas invirtieron más de 192,000 millones de dólares en proyectos de construcción, de infraestructura desde puertos, aeropuertos, líneas ferroviarias, oleoductos y gaseoductos y otros proyectos.

China anunció un plan de inversión a América Latina por veinte billones de dólares para 2020. “Todo esto es parte del juego de la pretendida renovación de la imagen de Pekín como actor global y detractor del proteccionismo que auspicia el actual inquilino de la Casa Blanca (Donald Trump)”, afirma Vargas.

El secretario de Estado de EE.UU., Rex Tillerson, habla durante una rueda de prensa en Colombia. LAPRENSA/EFE

¿Una doctrina definida o incierta?

Maradiaga le encuentra a esa política exterior de Tillerson similitudes con la doctrina Monroe —derivada por el presidente James Monroe en 1823 y que es considerada el principio de la política exterior de Estados Unidos— la cual no permite intervenciones de otras potencias en los asuntos internos de los países del hemisferio occidental.

“También es una doctrina con similitudes, no una réplica, de la doctrina de seguridad nacional durante la guerra fría, donde América Latina debía ser vigilado de la posible penetración de otros Estados que quieren hacer contrapeso”, refiere Maradiaga.

Sin embargo, José Luis Velásquez, doctor en Ciencias Políticas y exembajador de Nicaragua en la OEA, dice que “es prematuro” conceptualizar la doctrina de Tillerson. Esto, según Velásquez, porque en principio EE.UU. quiere retomar su poderío geopolítico pero también quiere un orden democrático al modelo occidental, similar a la doctrina del expresidente Jimmy Carter.

Para Velásquez, al secretario Tillerson se le dificulta definir el tipo de relación diplomática porque su propio jefe, el presidente de EE.UU. Donald Trump, con su volatilidad aún no decide cuál es la relación que más “le conviene a su visión de América primero”.

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“Las relaciones de Estados Unidos hacia el resto del mundo, especialmente geopolíticas se hacen en base de construcción de doctrinas de política exterior. (…) Pero con Trump esa política exterior es de incertidumbre ya que hay una tendencia aislacionista de Estados Unidos”, afirma Velásquez.

Pero el sociólogo Óscar René Vargas no ve una política exterior dudosa, por el contrario dice que está clara con la decisión de nominar como secretaría adjunta de Estado en la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental a Kimberly Breier, exanalista de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y experta en América Latina.

Esa oficina es la responsable de implementar las políticas de EE.UU. en América Latina, por lo que de confirmarse a Breier sería clave en un momento de tensas relaciones con la región sobre la inmigración, el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá y el régimen de Venezuela.

“Hasta hace poco no había nadie encargado para América Latina, ahora sí y es de la Inteligencia, y esto tiene su razón en que Rusia está fortaleciéndose en la región al restaurar su colaboración técnico-militar con Cuba y aumentando su presencia en Centroamérica, con el centro que instalaron en Nicaragua, que según Estados Unidos es de espionaje”, explicó Vargas.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro y el presidente de Rusia, Vladímir Putin. LA PRENSA/EFE

En el radar “por torpeza”

Los analistas Velásquez, Maradiaga y Vargas coinciden en que la amistad con Rusia y Venezuela del gobierno del nicaragüense Daniel Ortega ha puesto al país en el radar de EE.UU. puesto que esa cercanía supondría un riesgo de desestabilización en Centroamérica.

El istmo centroamericano para los analistas ha tomado relevancia para la seguridad nacional estadounidense por el incremento de inmigrantes y el tráfico de drogas.

Como parte del fortalecimiento de la cooperación técnico-militar entre Ortega y Putin, Rusia construyó a las afueras de Managua, capital de Nicaragua, la estación terrestre del Sistema Global de Navegación por Satélite (Glonass), que inquietó al Gobierno de EE.UU. por considerarla un centro de espionaje ruso.

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El acuerdo con Putin incluye además armamento militar como cincuenta tanques rusos modelo T-72B1 que llegaron en 2016, y que cada año unos quinientos militares rusos ingresan a Nicaragua para dar entrenamiento militar a tropas del Ejército.

“Quizás por torpeza, por su nostalgia ideológica, es que el comandante Ortega se empeña en colocarnos en el radar. Esa amistad con Rusia incomoda a Estados Unidos porque significa que los rusos tienen su inteligencia y espionaje militar muy cerca de ellos”, dice el politólogo Maradiaga.

Sanciones como arma diplomática

Para intentar minar esa expansión Tillerson marcó a Rusia y a China como amenazas para los valores democráticos de América Latina.

Maradiaga lee en ese mensaje que “Estados Unidos está de regreso en sus aspiraciones hegemónicas”, y por ello no es casualidad que presiona a los regímenes simpatizantes con esas potencias como Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde el gobierno estadounidense considera que hay gobiernos dictatoriales.

EE.UU. ya aplicó sanciones económicas a la petrolera venezolana PDVSA y a funcionarios de ese país, incluido el presidente Nicolás Maduro, a quien calificó como dictador en julio de 2017.

Además se amenaza a Nicaragua con vetar su acceso a financiamiento en organismos internacionales, a través de la Nica Act (una propuesta bipartidista actualmente en el Senado) y con sancionar políticamente a más altos funcionarios del gobierno de Ortega, una decisión que tomó Trump.

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El primer sancionado en diciembre pasado fue el presidente del poder electoral, Roberto Rivas, señalado de corrupción y violación de derechos humanos.

Al iniciar su gira por la región, el 2 de febrero pasado, Tillerson contempló un posible cambio de gobierno en Venezuela, por renuncia del mandatario de ese país, Nicolás Maduro o por una sublevación militar.

Al finalizar su gira en Jamaica el 7 de febrero pasado, Tillerson elevó la presión al advertir de un embargo al petróleo venezolano lo cual dañaría más la ya frágil economía venezolana. El otro efecto es que debilitaría la fidelidad que los países caribeños socios en Petrocaribe han tenido con Maduro, porque el embargo le impediría seguir suministrando el crudo y los recursos económicos a esas naciones.

Vargas señala que Tillerson quiere “romper” a Petrocaribe lo cual es fundamental para que Maduro deje de tener el respaldo diplomático del grupo de países caribeños y de otros como Nicaragua, que hasta ahora se han negado en respaldar las sanciones que se han impuesto contra Venezuela.

Para Vargas un movimiento clave del secretario de Estado norteamericano fue ofrecer ayuda al bloque de naciones caribeñas a soportar el impacto que supondría el embargo petrolero a Venezuela.

“Todos los futuros pasos que Estados Unidos pueda tomar respecto al petróleo (venezolano) u otros productos para presionar más al régimen de Maduro vamos a tomarlos en completa consideración del impacto en los países de la región”, afirmó Tillerson al concluir su gira en Jamaica.

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Albanisa, que es administrada por funcionarios leales a Daniel Ortega, es una subsidiaria de PDVSA, que a su vez está sancionada por EE.UU.
LA PRENSA/ARCHIVO

Ortega sin tiempo

Los analistas Velásquez y Vargas indican que un embargo petrolero a Venezuela se sumaría como factor negativo contra Ortega, debido a que desde finales de 2017 ese país pasó a ser el segundo proveedor de crudo y derivados al país. Según cifras oficiales, desde mediados de 2007 Venezuela fue el principal proveedor de petróleo bajo un acuerdo que le permitió a Ortega disponer discrecionalmente de más de tres mil millones de dólares.

Los “aires favorables” como el crecimiento de la economía, disponer de los llamados petrodólares, la relación estable con el sector empresarial, una oposición fracturada y débil fueron elementos que le permitieron al caudillo sandinista fortalecer su régimen a través de fraudes electorales. Para los analistas todas esas condiciones favorables se tambalean porque Estados Unidos ha puesto su atención al régimen orteguista y le demanda restablecer el orden democrático.

El exembajador Velásquez dice que, si bien Ortega ha aprovechado que la administración Trump ha tardado en acomodar su política diplomática, a la vez advierte que al nicaragüense no le está quedando tiempo para decidirse e implementar los cambios institucionales, empezando por la reforma profunda al sistema electoral que se le exige para que hayan elecciones libres y transparentes.

“Él (Ortega) apuesta a que gana y por eso dudo que vaya a soltar a Rusia, y por eso juega con Estados Unidos porque los acuerdos con la OEA no los respeta, y lo vemos en que reformó la Ley Electoral solo para proteger a Roberto Rivas. En algún momento habrá alguien que pierda la paciencia y el imperio puede dar un manotazo que haría temblar”, afirma Velásquez.

Lo mejor que le puede pasar a Ortega es que siga la incertidumbre de la política de Trump, sobre todo si a México llega Andrés López Obrador como presidente, porque significaría que el movimiento izquierdista que se debilita en el Sur se pueda fortalecer en el Norte, y eso puede oxigenar a Ortega”.
José Luis Velásquez, politólogo.

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