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pobreza, educación

¿Da de comer la democracia?

“A mí qué me importa la democracia o el estado de derecho, lo que quiero es que me den de comer”. Frases como estas reflejan lo que buena parte de la población de Nicaragua piensa: que la democracia puede sonar bonita, justa, etc., pero que no trae el pan a la boca o el deseado […]

“A mí qué me importa la democracia o el estado de derecho, lo que quiero es que me den de comer”. Frases como estas reflejan lo que buena parte de la población de Nicaragua piensa: que la democracia puede sonar bonita, justa, etc., pero que no trae el pan a la boca o el deseado empleo. Muchos de los preocupados por democratizar e institucionalizar el país expresan con desilusión este mismo sentimiento con frases como: “A nuestro pueblo no le interesan que las elecciones sean limpias, que los políticos sean honrados o que se respete la Constitución; lo que busca es que le resuelvan sus necesidades inmediatas”.

Son expresiones que denotan que nuestro pueblo es presa de una gran mentira; mentira que entume la defensa de la democracia, que abona el camino a los dictadores, y que es importante rebatir.

La evidencia más inmediata de su falsedad la escuché de Jaime Chamorro al referirse, un día, a la gran cantidad de emigrantes que buscan trabajo e ingresos en Costa Rica. Lo hacen porque están conscientes de que allí se come más y mejor. De lo que no están suficientemente conscientes es del porqué este es el caso. Aunque este no sea difícil de encontrar.

Efectivamente, es difícil atribuir el éxito tico a que su país haya sido bendecido por una geografía más generosa. Porque no es así; Nicaragua tiene más minerales y tierras feraces que nuestro vecino, parecidas playas y mares. La diferencia innegable es que ellos llevan muchos años con instituciones fuertes, que no dependen del personaje de turno sino de las leyes que las regulan, que no han tenido dictaduras sino alternabilidad en el poder, que han tenido poderes del Estado con mayor independencia, que su sistema judicial es más limpio y confiable. Estos factores ha sido un imán para las inversiones extranjeras y nacionales, ha permitido la acumulación de capital sin episodios destructivos y ha redundado en mejores ingresos y empleos para sus habitantes.

Hace poco Carlos Muñiz, exdirector de Funides y economista con gran experiencia, circuló un ranking de las 20 naciones más democráticas del mundo con los siguientes resultados: 17 de ellas son las más ricas, 17 de ellas las que tienen los mayores ingresos por habitante, 15 de ellas las menos corruptas, y 15 las que tienen mejor educación.

No es ninguna coincidencia. La democracia pone en manos del pueblo la elección de sus gobernantes para premiarlos o castigarlos de acuerdo con sus resultados, lo que incentiva mejores administraciones. Exige transparencia, rendición de cuentas y una prensa libre, lo que contrarresta la corrupción. Establece reglas del juego claras, parejas y obligatorias para todos, lo que da seguridad y favorece el clima de negocios. Divide el poder en varias ramas independientes, lo que disminuye el riesgo de tiranías y abusos. Lleva también a una mejor recolección y uso de los impuestos, lo que favorece la inversión pública, en particular la educación.

La democracia, sin ser perfecta, es el sistema de gobierno que ha demostrado ser el más capaz de mejorar la calidad de vida de los habitantes que la adoptan. Por eso son los países a donde todo el mundo quiere ir —no hay filas para ir a vivir a Venezuela ni a Cuba—.

De aquí que sea un gran reto, para quienes apreciamos la democracia, buscar las formas de que el pueblo sencillo descubra la conexión que hay entre su calidad de vida y las instituciones que lo rodean; en otras palabras, que con democracia se come. Entonces la exigirá.

El autor fue ministro de Educación y pronto publicará un libro sobre la historia de Nicaragua.

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