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Abril: un giro histórico

Las actuales protestas juveniles tienen un significado sociológico y político profundo, que (pareciera) no pueden ni quieren entender los viejos políticos profesionales. Sin embargo, estamos presenciando un giro dramático, inesperado, de naturaleza generacional y política.

Desde la perspectiva vital de esta generación de la informática y del mundo global, las canciones, e historias de la revolución que finalizó en 1990 es un tema casi tan lejano como lo es para nosotros (los viejos) la revolución liberal de Zelaya. Jamás dudé de la inmensa importancia de la historia, y esto no es tema de discusión. Lo que subrayo es lo desacertado de la idea de que estos jóvenes —a fuerza de consignas— sentirán y revivirán lo que sintieron aquellos que de un lado u otro vivieron y sufrieron (nicaragüenses todos) los avatares de la lucha durante las dictaduras somocista, y sandinista. La presente generación de jóvenes luchadores cívicos —no obstante las campañas de ideologización partidaria— no participa del culto a la revolución sandinista, ni de su confusa ideología actual, y (ergo) se opone al Gobierno. Lo que mueve a esta juventud independiente es su repudio al discurso (cada vez menos eficaz y creíble) que procura maquillar u ocultar los hechos, en contraste con la tremenda realidad ético-política del país.

Querer que las nuevas generaciones se callen, o que reverencien un sistema basado en las memorias de un pasado revolucionario, usualmente idealizado y a menudo falsificado, es un error enorme. Cada generación tiene su propio horizonte vital, comparte con otras generaciones algunos puntos de vista y difiere en otros. Las generaciones ven y enfrentan la vida personal y social desde atalayas muy diferentes, con distintas cosmovisiones, con perspectivas distintas, cuando no contrapuestas, cada una con su rumbo, propósito, y destino. A esto se refirió con su brillante estilo Ortega (y Gasset). En Nicaragua, la generación del 45, o de los 50, va de salida. Que no pretenda imponer rígidos moldes políticos –y menos aún si estos son antidemocráticos— a los que vienen atrás, empujando ineluctablemente.

Las protestas juveniles de abril tienen, además, un hondo efecto político: por su intensidad y extensión fracturaron irreversiblemente el cuasi-monopolio que el sandinismo mantenía sobre grandes sectores clientelizados de la juventud. El río de la historia toma cauces a veces impredecibles. La juventud independiente quedó a la vanguardia de una impactante movilización social de alcance nacional, y ese río (en el que todos navegamos) dejó a la juventud del sandinismo (en un sorpresivo aluvión) palmaria y públicamente, en la orilla de las organizaciones reaccionarias, defensoras del pasado, e identificadas (en este caso) con un sistema cuya legitimidad declina. Millones de personas, presencialmente o por los medios audiovisuales, vieron las agresiones contra los jóvenes y saben a qué organizaciones pertenecen los que perpetraron y ejecutan esos actos. Adicionalmente, elementos lumpen e infiltrados (viejísima y perversa táctica) atacaron establecimientos privados para desprestigiar a los jóvenes, los cuales (lamentablemente, ante las agresiones sufridas) atacaron algunos edificios gubernamentales y municipales.

En resumen, ha ocurrido un hecho multidimensional relevante. No es un asunto episódico, ni coyuntural. Es un sismo que afecta estructuralmente a la política nacional y sus derivaciones pervivirán tras la agitación actual. El estudiantado libre se convirtió —literalmente de la noche a la mañana— en un poderoso factor político, un movimiento social con enormes simpatías en toda la nación. Desde luego, las causas de este fenómeno no son recientes: nacen de las fallas del sistema actual. Queda por ver que este movimiento (disperso y espontáneo) genere estructuras para participar —con otros movimientos sociales— en un verdadero diálogo nacional. En un contexto de esta naturaleza, habrá muchas exigencias al Gobierno, parte clave de todo diálogo. Todavía es posible (aunque muy difícil) retomar el camino de la regeneración institucional, labor que no puede restringirse a los partidos políticos (en general desprestigiados), gobierno y organizaciones gremiales. Hay que ampliar el espacio. Deberán participar los movimientos sociales, entre ellos y de manera prominente, la juventud que otra vez ha puesto el pecho por los más genuinos principios de justicia y libertad. Este es el camino para construir una paz estable, base de toda prosperidad.

El autor es doctor en Estudios Internacionales.

Opinión Abril giro histórico archivo
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