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/ José Luis Medal

Sin democracia no habrá desarrollo

La institucionalidad democrática es una condición indispensable para un desarrollo sostenible de largo plazo. Como se sabe, con la dictadura de los Somoza, Nicaragua logró las tasas de crecimiento económico más altas de su historia. Hubo crecimiento, pero no hubo ni sostenibilidad social, ni ambiental, ni institucional, ni política. Como resultado del empecinamiento de una familia dinástica de continuar en el poder, el “modelo” se derrumbó. Los resultados se conocen. Los muertos fueron miles. La economía se hundió hasta tal punto, que hoy por hoy, a pesar de las moderadas tasas de crecimiento del período 1994 -2017, Nicaragua no ha logrado alcanzar el PIB per cápita que tenía en 1977. Más que el hundimiento económico de la década de los ochenta, la matanza entre hermanos fue lo más grave. Las vidas humanas es lo que más importa.

Hoy la historia parece repetirse. Existen claras intenciones dinásticas. En realidad, más que intenciones: ya hay una nueva dinastía. Una nueva dictadura. La Policía Nacional, ya no es nacional. Les garantiza impunidad y protección a las fuerzas de choque enviadas con órdenes “desde arriba”. Su objetivo es claro: que la ciudadanía no ejerza su derecho constitucional a la libre manifestación. La crisis del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) fue la chispa. Pero fue el ataque a los estudiantes por las turbas lo que propagó el fuego. Y cuando el fuego se propaga, los resultados son impredecibles. La juventud ha derramado su sangre nuevamente. Los mártires son todos los caídos sin excepción alguna. Los muertos. ¡Esos muertos! Su sangre salpica a los autores y a los coautores de la destrucción institucional.

El volcán parecía dormido. Hizo erupción. Aunque cese temporalmente la erupción, la lava del descontento volverá a acumularse. Ya nadie puede llamarse a engaños. El Cosep ya no puede pretender que ha contribuido a crear “un modelo de diálogo y consenso” digno de admiración y de imitación. Es coautor de la destrucción institucional. Como señaló el jurista Gabriel Álvarez “…entre Ortega y Aguerri han demolido el principio de separación de poderes y lo han presentado como una ventaja para la economía, y eso es realmente lo que tiene al país en crisis”. Ya lo decía Montesquieu “en un país todo estará perdido cuando todos los poderes del Estado se concentren en una sola persona o en un solo grupo”. Una verdadera división de poderes y un verdadero Estado de Derecho son indispensables para un desarrollo sostenible e inclusivo de largo plazo. Ni lo uno ni lo otro, existen en Nicaragua.

La economía es más frágil de lo que parece. Si no se resuelve el grave problema institucional, se derrumbará tarde o temprano. Que nadie se engañe: el problema va más allá de la crisis financiera del INSS. El financiamiento de Venezuela permitió por años financiar el clientelismo político y la acumulación de fortunas de origen dudoso —por decir lo menos—. La fiesta ya terminó. Es la hora de pagar la cuenta. La discusión —en parte— es quién va a pagar la cuenta. ¿Serán como siempre los sectores más vulnerables? Lo económico es importante. Nadie lo niega. Pero no es en manera alguna el problema central. El problema central es el sistema político: la ausencia de institucionalidad democrática.

La corrupción hace extremadamente difícil adoptar las medidas de ajuste para paliar la crisis. Nadie va a aceptar pagar los platos rotos por un grupo de corruptos. La corrupción hace también difícil, la transición política. A la obstinación de conservar el poder político se suele agregar el interés de proteger lo mal habido. Ocurrió con los Somoza. Está ocurriendo nuevamente. Si prevalece este escenario, el resultado será catastrófico, pero más temprano que tarde, la transición política, no solo es deseable: es inevitable. Será ordenada y no apocalíptica, solo en el caso que los poderes fácticos —el Cosep, las iglesias y especialmente el Ejército— apoyen la democracia y no a la dictadura. Solo así se evitará que la juventud sea nuevamente inmolada. La juventud y la Iglesia católica —con las excepciones conocidas— son la reserva moral de Nicaragua.

Parafraseando a un poeta: “Nicaragua es un país de terremotos de la tierra y de la historia”. Los terremotos causados por la naturaleza, no dependen de nadie. Los de la historia son causados por las dictaduras. Los dictadores son los responsables. Por los muertos. ¡Por esos muertos! Tiene que haber transición política y políticas públicas inclusivas. O habrá democracia o no habrá desarrollo. Que no se siga derramando la sangre de hermanos.

El autor es doctor en Economía.

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