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Otra vez el “no te vas, te quedás”

Daniel Ortega y Rosario Murillo reunieron ayer en Managua a sus partidarios y empleados públicos de todo el país, estos obligados a aparentar que respaldan incondicionalmente a la dictadura.

La concentración orteguista, supuestamente para conmemorar el primero de mayo, día de los trabajadores, contrastó notablemente con las manifestaciones multitudinarias de participación absolutamente voluntaria realizadas el lunes 23 y el sábado 28 de abril, de los nicaragüenses que quieren paz con justicia, no la paz de los cementerios que Ortega y Murillo pretenden imponer después de la masacre de estudiantes y otros nicaragüenses perpetrada por sus fuerzas represivas en días anteriores.

Pero los espectáculos de masas de la dictadura ya no impresionan a nadie ni tienen ningún efecto en la conciencia nacional. Muchas de las mismas personas que de manera forzada participaron en la concentración oficialista de ayer, están convencidas de que ya es tiempo de que haya en Nicaragua un cambio político democrático.

Hemos dicho y seguiremos diciendo que Daniel Ortega y Rosario Murillo no tienen autoridad política y mucho menos moral para seguir gobernando el país. La dictadura orteguista está condenada a desaparecer y no por medio de la violencia, sino por la fuerza de la razón, la justicia, el derecho, la libertad y la democracia.

La manifestación orteguista de ayer fue una copia patética de la concentración masiva del somocismo el primero de mayo de 1979. Ese día el dictador Anastasio Somoza Debayle concentró en la Explanada de Tiscapa, en Managua, a una multitud de personas que lo aclamaban y le gritaban: “¡No te vas, te quedás!” Pero apenas dos meses y 17 días después, Somoza Debayle huyó hacia los Estados Unidos (EE.UU.) acompañado por algunos cuantos allegados. El dictador dejó abandonados a su suerte a sus seguidores civiles y militares que habían gritado “no te vas, te quedás, quienes fueron cazados como conejos por los implacables combatientes sandinistas, sobre todo los internacionalistas, ebrios de victoria y sedientos de venganza.

Daniel Ortega y Rosario Murillo deberían aprender de aquella historia trágica en la que ellos fueron protagonistas destacados, líderes inclusive. Ortega ya tuvo una oportunidad de oro para retirarse con satisfacción y dignidad del poder presidencial, en enero de 2012 . Después de haberse reelegido por el voto popular, aunque en condiciones discutibles, en noviembre de 2006, al cumplir su mandato Ortega debió entregar la presidencia a otra persona, de su propio partido o de la oposición, elegida en comicios libres, e irse a disfrutar su fortuna donde le fuera placentero. Hubiera salido del poder por la puerta grande y montado en caballo blanco, como se dice popularmente.

Pero por la codicia y ceguera de poder Ortega atropelló la Constitución para reelegirse de manera ilegítima en 2011, volver a reelegirse en 2016 y terminar convertido en un dictador más nefasto que Anastasio Somoza Debayle.

Sin embargo Ortega y Murillo tienen ahora la oportunidad de irse del poder sin causar más desgracias, conviniendo en el diálogo su salida de manera ordenada y cívica. No deberían desperdiciar esta otra oportunidad.

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