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La táctica orteguista en abril

La masacre en sí no es una táctica, dado que toda táctica obedece a una estrategia integral para la derrota final del enemigo. La masacre de abril cambió bruscamente la correlación de fuerzas, pero, en contra de Ortega, poniendo estratégicamente a la defensiva a quien ordenó la masacre. Su táctica fue una borrachera de estupidez y de crueldad, sin estrategia, como corresponde a una agrupación marginal de la sociedad.

Con la escalada de la represión, la propaganda orteguista culpaba de violentos, de vándalos, tóxicos, vampiros sedientos de sangre, pequeños de alma, grupúsculos de derecha, a miles de estudiantes valientes, sin armas. A 63 jóvenes heroicos asesinados, que la población miraba agonizar por los disparos de la policía, o vapuleados cobardemente por miembros del Ejército, o ejecutados con torturas en las mazmorras del régimen.

Vimos, a la cabeza del poder, a una camarilla sumamente torpe, sin escrúpulos, y desconectada de la realidad, que promovió al final la zozobra del pueblo con los saqueos de las turbas, con la idea necia de culpar a los estudiantes para que la población reorientara su indignación por los crímenes del régimen. Aun para desatar la represión más salvaje se requiere un mínimo de inteligencia. Si no, es como llamar al carnicero a practicar con su hacha de destace una cirugía plástica.

La población veía con el alma hecha un nudo, en miles de videos de las redes sociales, la masacre de estudiantes paso a paso, hasta saltarle en el pecho un horror por la falta total de humanidad de Ortega. Ese horror ante el crimen puso a centenares de miles de ciudadanos en las calles de todo el país exigiendo la salida de Ortega del poder.

Los cambios de fachada que pueda hacer Ortega durante esta crisis, como el retiro de Aminta, obedece más al desprendimiento de la cola que practica la lagartija cuando debe distraer a su atacante para escapar del peligro, que a un plan de sobrevivencia por adaptación evolutiva a una sociedad civilizada. Ortega no se corresponde con la dignidad de un pueblo en pie de lucha.

El problema en nuestro país no ocurre tanto por sufrir dictaduras recurrentes, como por sufrir la torpeza criminal, la ignorancia, y la miseria moral de sus dictadores, que en su caída inexorable arrastran al país a la destrucción total. Con cada crisis de poder absolutista, resuena en nuestros oídos la frase miserable de Luis XV, después de mí, el diluvio.

Ortega cree que con el diálogo puede hacer un borrón y cuenta nueva, simplemente enterrando en el olvido a los estudiantes asesinados. En política, el tema esencial es de conciencia. Ortega enfrenta una crisis estructural múltiple, se encuentra más aislado que nunca, incluso con graves contradicciones que afloran sin control en sus propias filas. Su suerte está echada.

Alguien ingenuo supone que por medio del diálogo Ortega mismo dará la pauta para acabar con el orteguismo. Y se le pide a Ortega que facilite el camino de su propia salida, porque la población anhela, por supuesto, hallar un atajo a las circunstancias implacables propuestas por Ortega.

Cuando la Iglesia le da un mes a Ortega para que el diálogo produzca frutos o fracase, ¿qué hará, una vez vencido el plazo, si no dispone de otra alternativa de lucha que amenace efectivamente al régimen? No es brillante extender un cheque en blanco a un defraudador de bancos. Ortega está interesado, por ello, en un diálogo de tontos, porque su régimen, más que resultar indemne, se beneficia incluso con la tontería.

Para Ortega la normalidad, a la que llama paz, es la dictadura y el cese de la rebelión en su contra. El diálogo, aunque fracase al poco tiempo, es visto por Ortega como una cuota de normalidad a su favor, como un terreno recuperado para la dominación de facto. El diálogo, sin más, daría la sensación que ha disminuido el riesgo país, y que el gobierno de Ortega es nuevamente estable. Ortega podría recomponer alianzas por medio del diálogo, y perfeccionar en adelante los ataques a la libertad de expresión, la desarticulación de las movilizaciones de masas, el terror contra quienes se manifiestan descontentos. Eso, para él, es normalidad y paz, y es lo que desea mejorar al fin de cuentas.

Este intento de negociación ocurre para el régimen en el terreno de la propaganda, y la ingenuidad lleva las de perder en esa batalla de apariencias.

El diálogo, en cambio, puede inscribirse como un recurso más en el campo de la lucha real, pero, no al puesto de la lucha real. Aún es posible avanzar a un paro general, para lograr un gobierno provisional que convoque a una Asamblea Constituyente sin Ortega. En este terreno combativo, lo esencial es que sean los estudiantes combativos quienes demanden condiciones para el diálogo. Es decir, que mantengan la protesta con creatividad, que culpen a Ortega por no conceder demandas elementales para que disminuya inmediatamente el cerco de opresión contra la ciudadanía.

Como dicen los estudiantes, no habrá diálogo si es que no llega antes al país una comisión jurídica internacional de la verdad que investigue independientemente los crímenes combinados de las turbas, de UNEN, de la Policía y del Ejército. Se trata, no de un diálogo, sino, de una lucha política en torno al diálogo, dirigida por los estudiantes en lucha (no por la Iglesia o por cualquier otro), que debe centrarse en crear previamente una dinámica de desmantelamiento de la dictadura.

Entonces, y solo entonces, el diálogo tendría sentido para continuar con ese desmontaje, pacíficamente. De lo contrario, el diálogo, como teatro de títeres, le daría a Ortega una importante victoria táctica, y modificaría a su favor la correlación de fuerzas por incompetencia política de los luchadores por la libertad.

El autor es ingeniero eléctrico.

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